Apuntes a “La caza espiritual”, de Miluska Benavides | Pablo Landeo Muñoz

La caza espiritual[1] puede considerarse, de manera figurada, como la persecución de seres inmateriales a través de los cuentos de este libro, incluidos los paratextos. Sin embargo, el carácter inmaterial de los entes o personajes construidos por Miluska Benavides, no implica que ellos sean imperceptibles. En algunos casos, anulado el sentido de la visión, son otras evidencias las que anuncian su presencia: olores, gritos, sensaciones inexplicables, etc. En este marco, algunas historias sufren cambios imprevisibles y nos dejan sumidos en la estupefacción. Superado este primer momento de placer y desasosiego, el lector siente el llamado de los personajes, y las distintas historias, para embarcarse en nuevas lecturas, acaso, hasta hacer suyo el destino de los personajes.

Los nueve cuentos de La caza espiritual, además de los tres epígrafes y los agradecimientos, constituyen un universo regido por la armonía y el equilibrio porque los cuentos y los paratextos se amalgaman de manera que todo es uno e infinito, características que nos remite a Borges y la perfección (la presencia del número 3, también nos incita a pensar en Dante, la Trinidad, el pacha andino, etc.). A continuación abordaré el libro a modo de breves aproximaciones interpretativas desde la perspectiva de la epistemología andina (categorías andinas, literaturas orales, etc.). Posicionamiento teórico que nos permitirá visibilizar aspectos estéticos y socioculturales claves para una mejor comprensión del libro.

“Los cuerpos celestes”, primer relato del libro, nos instala en las últimas décadas del siglo pasado en torno al “Gran Cometa” Halley, pero, antes que un cuento de ciencia ficción la historia es nuestra, hecha de fracasos y luchas por la sobrevivencia. El cuento se estructura a partir de recursos narrativos diversos (entrevistas, testimonios, intercambios epistolares); espacios distantes (Lima, los Andes, la Patagonia, Oklahoma, Nueva York.), en un contexto pleno de confrontaciones sociales. Refiriéndose a esta situación Mary Ann Weller, una de las personajes narradoras, nacida en Lima, quien posteriormente migra a Tuttle, Oklahoma, donde sus abuelos paternos, refiere: “Decidí vivir junto a la gente que creía en la promesa de que la vida podría ser mejor” (:21). La aparición del cometa por el hemisferio sur, reactualiza supersticiones y predicciones antiguas, dejando sensaciones de temor y de incertidumbre. El desenlace de la historia ocurre en el punto más neurálgico de Nueva York, Wall Street, donde una multitud de jóvenes se ha instalado a fin otorgar mayor contundencia a sus reclamos. Sin embargo, una explosión súbita, luego otra, remecen las estructuras de los edificios tal como nos narra la protagonista antedicha: “Los pedazos del edificio caían a velocidad incierta. Formas triangulares, romboides, pequeños bloques de concreto se suspendían frente a nosotros antes de reventar definitivamente en la pista que nos separaba del edificio" (:24). Estos acontecimientos, advierten, desde la ficción, la hecatombe del 11 de septiembre del 2001, en el World Trade Center.

“Los animales domésticos”, segundo en el libro, es un cuento inquietante por la presencia de hechos misteriosos que, concluida la lectura, siguen perturbándonos (después de una lectura inicial, hemos quedado sorprendidos al descubrir que “Los animales domésticos” comparte algunas características con el penúltimo relato “Corpus Christi Diego”, volveremos a este detalle en su debido momento). En este relato, los animales domésticos paradójicamente somos los humanos, y no aquellos que, en realidad, constituyen nuestra fauna doméstica (gatos, perros, etc.). La historia da cuenta del nacimiento de un árbol de molle en el huerto de una pareja de ancianos. Al principio aceptado y cuidado a regañadientes, luego con algo de afecto, una noche —el joven árbol—, perece devorado por un incendio inexplicable en vez del anciano que dormía en su casa, sin sospechar el peligro. Este acontecimiento nos trae a las mientes algunas leyendas de la tradición oral andina, y de otros pueblos, donde los humanos y los elementos de la naturaleza son una unidad, así se explica por qué el árbol (espíritu protector) termina calcinado, pero, salva al anciano.

Este hecho nos remite a otros, bastante próximos, por ejemplo, en Hombres de maíz (Asturias, 2009), el cartero Nicho tiene por nahual, o protector, a un coyote; y el curandero, a un venado. Para el caso andino, las divinidades cumplen la misma función a partir de un “contrato”: un recién nacido es simbólicamente entregado a una montaña para que esta proteja “al ahijado”; el cumplimiento del contrato configura un caso de yanantin (Chirinos-Maqe, 1996); otra relación de la misma naturaleza se reproduce entre un recién nacido y los restos óseos presolares de un niño (Landeo, 2021). En este marco, el cuento “Los animales domésticos” tiene en “Corpus Christi Diego” su yana, o doble, porque ambos poseen ciertos elementos en común: el nombre del pueblo donde ocurren los acontecimientos, el incendio, y el personaje misterioso que auxilia a la gente. Los dobles o entes protectores pueden ser divinidades tutelares (montañas, animales, árboles, etc.). La figura que analizamos, parece tratarse de un motivo narrativo antiquísimo que también existió en Occidente, según se refiere en El Satiricón (Petronio, 1958). En efecto, una historia muy breve da cuenta de un lobo que es el doble del soldado que acompaña de noche a un émulo de Don Juan.

En “El panteón de los próceres” se describe la turbación, el miedo, la sensación de vacío que de pronto experimenta un niño que sale de la escuela y descubre la ausencia de su madre en el lugar habitual de encuentro. A Martín, el niño, no le queda otra alternativa que retornar solo. Después de atravesar el parque y algunas casas, llega a la suya: “Por fin abre la reja y toca la puerta de madera. ‘¡Mamá!’. Toca por diez minutos. ‘¡Mamá!’. Nadie abre.” (:41). Desde estas experiencias de perplejidad y de orfandad transitorias, Miluska Benavides nos invita a rememorar situaciones que en alguna etapa de nuestras vidas hemos experimentado: caminar al borde del abismo donde la ausencia es una sensación extraña que súbitamente nos quema el estómago. Superado el desasosiego, Martín es un niño inquieto, avispado, iconoclasta, tal como lo apreciamos en la visita al Panteón de los Próceres (Lima) y las actividades escolares que posteriormente debe realizar.

En esta parte de nuestro análisis, es necesario prestar atención a algunos aspectos del libro que nos llaman la atención, nos referimos a las coincidencias, nexos (o “continuidades”, tal como nos ha revelado la autora, en una conversación posterior) entre relatos y personajes, como en el caso de “Los animales domésticos” y “Corpus Christi Diego”, “El panteón de los próceres” y “Las ceremonias”. Creemos que esta arquitectura narrativa no es un hecho casual, sino un complejo mecanismo narrativo que Miluska Benavides erige a fin de integrar los nueve cuentos y gestar una alternancia de voces, modo yanantin, donde la oralidad y algunos temas míticos contribuyen a la unidad del libro. En “El panteón de los próceres”, Martín experimenta la ausencia de su madre en dos ocasiones, una a la salida del colegio, otra al llegar a su casa tal como ocurre en “Las ceremonias”, donde la madre de Diana retorna a su casa y en dos oportunidades no encuentra a nadie. En otro momento, Martín, al atravesar el parque en dirección a su casa, observa desde lejos que el pez que ha comprado uno de sus compañeros y que lo lleva en una bolsa con agua, “ya no flota” (:39) porque ha muerto. En “Las ceremonias”, la madre de Diana, al despertar el día en que su esposo celebra su cumpleaños “recuerda la última imagen de un sueño: un perro negro.” (:97). Así, un pequeño pez muerto, un perro negro en el sueño, nos conducen al contexto de los presagios que anuncian próximas situaciones adversas.

Los recursos antedichos, desde nuestra perspectiva, responden a la necesidad de nuevas formas narrativas, de Miluska Benavides, en las que distintas historias, en apariencia inconexas, en realidad no la están, como suele suceder en la realidad. De esta forma, la autora, escribe y estructura el libro desde la idea de continuidad; dicho de otra manera, los personajes y sus conflictos pueden emerger en otros relatos (¿rizomas?) validando la idea de unidad. Finalmente, es importante indicar que la ascendencia andina de Benavides posibilita repensar los relatos desde algunas categorías quechuas (yanantin / dualidad andina; tinkuy / encuentro armonioso o violento de uno o más elementos, etc.), significaciones y alcances que hemos estudiado en una de nuestras publicaciones (Landeo, 2014). En el análisis de estos cuentos, creo, tampoco debe desecharse la idea de los paralelismos semánticos propios de la lírica tradicional quechua (Krögel, 2021). Esta figura, que también se halla presente en la narrativa oral quechua emerge, ahora, en la narrativa de Miluska Benavides (aquí es importante remarcar la ascendencia andina de la narradora y su vínculo contante con los Andes). Lo hasta aquí dicho, nos permite plantear el siguiente postulado: si La caza espiritual es una unidad constituida por nueve cuentos, donde cierto número de ellos posee algunas características comunes, es posible afirmar que, estas se deben a la influencia de los paralelismos semánticos.

En el contexto de la poesía tradicional quechua el primer verso o la primera estrofa de un taki, un harawi, u otra especie lírica, desarrolla un tema o enunciado “A” que se “repite” en el siguiente, con algunas variaciones al que podemos denominarlo “A1” (“A”- “A1” -…). De esta manera, las variables irán cambiando en la medida en que los versos o estrofas subsiguientes incorporen nuevos elementos, pero, sin apartarse del tema principal y siempre en pares (yanantin).

“El condenado”, cuarto relato del libro, refiere la historia de un paciente que decide huir del hospital a fin de asistir a una sesión de sanación organizada para él, por predicadores de una iglesia protestante.

“El condenado” es un cuento menos complicado que en los otros; sin embargo, las descripciones de un cuerpo que agoniza, los ambientes del nosocomio, etc. son magistrales, como en otros relatos, y poseen la capacidad de conmocionar, estremecer. “El condenado” (ese otro ser espiritual temible de las noches andinas) es, pues, el desahuciado que ahora sufre en esta y no en la otra vida (la muerte) tal como propugna la iglesia Protestante, desde sus retóricas de sanación. En este marco, el lugar de punición ya no es el infierno (como todavía creen los católicos) sino la sala de un nosocomio. En el contexto de los discursos de evangelización, el “condenado” es el alma, el espíritu de quien ha cometido en vida una serie de delitos, ente imaginario de la escatología andina que retorna al mundo de los vivos para expiar sus culpas. No obstante lo antedicho, y entre sus diversas semánticas, la condenación es también una “sanción” que se padece en vida, circunstancia que la Iglesia aprovecha y afina sus estrategias de caza para capturar nuevos “espíritus” dispuestos a salvarse a cambio de preces, ofrendas y diezmos.

“Las cuatro estaciones” narra los vuelcos que la vida tiene desde la historia de dos parejas. Un tiempo después de casados y disfrutado de los instantes felices que otorga esta condición, las dificultadas por la sobrevivencia alteran la vida de la pareja. En vez de proseguir con el resumen de la historia, prefiero formular preguntas como: ¿qué fuerzas incomprendidas nos impulsan a desandar caminos ya recorridos?, o, ¿por qué a veces caemos en la tentación de reavivar las cenizas de una relación que fracasó? En la historia que comentamos, ni la acción más violenta, doméstica y lamentable —motivo de la ruptura—, parece tener fuerzas para impedirlo. En el cuento, Ada está casada con Hugo, las actividades laborales sobrecargadas de aquella han contaminado el hogar y los problemas económicos son angustiantes; este es el contexto en que estalla la violencia, como nos cuenta Ada:

“Quienes me conocen juran que soy tranquila. Y siempre he sido tranquila. No sé qué pasó y empecé a gritar como pocas veces en toda mi vida. Le decía que me dejara la mañana en paz, que se fuera rápido […]. No recuerdo bien cómo terminé arrinconada, y todo en gritos. Por reflejo o desesperación lo empujé contra la tetera caliente, que se derramó cerca de su muslo derecho. Solo entendí la magnitud del asunto cuando su piel rojiza se asomó al quitarse el pantalón: un gran hueco que parecía carne cocida.” (:75-76).

Después de un acontecimiento de esta naturaleza y producida la ruptura, nadie osaría en indagar, años después, sobre la vida de su ex pareja como sucede en este cuento. El lector puede terminar de leer el desenlace e imaginar uno personal, si desea, mientras escucha el fondo musical de algún film de suspenso.

“Las soledades” nos demuestra que la vida en soledad es también una suerte de condenación. En efecto, Alberto, un ex militar en retiro, y Elsa Delboy, ex escritora de folletines para un diario, ambos adultos mayores, buscan la oportunidad de sobrellevar de manera conjunta sus soledades. En el caso de Alberto, el carácter violento que posee, los conflictos con los hijos ya adultos y una sordera creciente adquirida en una base militar —motivo, a veces, de burlas de sus propios camaradas—, contribuyen a que su vida adquiera un horizonte cada vez más sombrío. Aunque las evidencias pueden ser débiles, en apariencia, lo vinculamos con el cuento “El condenado”, donde el dolor de un enfermo sin posibilidades de sanar y la angustia de saberse solo, no obstante el cuidado maternal, describe una situación no muy distante de la de Alberto, quien —sin recursos económicos, cada vez más débil y solo, pese a tener hijos mayores—, se aferra a una débil claridad llamada Elsa, así como Antonio a las sesiones de sanación.

De “Las ceremonias”, antepenúltimo en La caza espiritual, ya hemos dicho que guarda nexos con el cuento “Panteón de los Próceres”: estructura del relato, sensación de angustia que generan las ausencias imprevistas y el mutis agota las pocas reservas de sosiego que resta.

"Corpus Christi Diego”, puede parecer el cuento más difícil y oscuro, sin embargo, es brillante. Al resumir “Los animales domésticos” y descubrir algunos nexos con “Corpus Christi Diego”, hemos planteado la idea de un primer caso de yanantin o paralelismo semántico. En este cuento se narra la historia de un “hombre en harapos” (:117), excepto en la última escena en que se le aprecia “vestido de manera elegante” (:119). La identidad de este personaje parece hallarse en la oscuridad; esta condición nos insta a platearnos algunas preguntas al respecto: ¿se trata acaso de don Manuel, el anciano de “Los animales domésticos”, extrañamente salvado del fuego por un árbol de molle?, ¿es el hombre viejo a quien le alcanzó un rayo?, ¿alter ego del comerciante de lana y esposo de María? (“Corpus Christi Diego”). Las identidades no están totalmente establecidas, pero existen indicios que los aproxima, por ejemplo lo que ocurre en el episodio ‘Una celebración’: el comerciante, al salir del baño, “vio a María sentada en la mesa principal con su madre y los mellizos, y con sorpresa advirtió que el hombre del naufragio y del día del incendio se hallaba sentado en el que sería su lugar” (:119). De la cita se infiere que se trata de un personaje que posee una fuerza desconocida, de lo contrario no habría podido salvarse de un naufragio ni salvar del incendio a los hijos de María, los mellizos Diego y Santiago. La historia transcurre en un ambiente bíblico y próximo a la vida de Jesucristo, pero en tiempos modernos, distante de reivindicaciones religiosas. Simbólicamente, este es un cuento muy atractivo, de manera especial por sus vínculos con la literatura oral quechua y la religión católica-andina; estas particularidades nos permiten asociar al “hombre en harapos” (:ibíd.) con el dios cristiano andariego, transfigurado en anciano miserable, de aldeas sumergidas (Morote, 1988). Este personaje misterioso por su carácter destructor es, al parecer, el responsable de las sucesivas destrucciones que sufre Santa Lucía, así como Paricaca lo es de la comunidad Huayquihusa, en Ritos y tradiciones de Huarochirí (Taylor, 1987). Pero no es todo, Santiago, quien ha sido alcanzado por un rayo, es también illapa, el rayo, representación andina del apóstol.

“Llamadas”, último relato de La caza espiritual, narra dos historias paralelas que parecen no guardar ninguna relación, pues, la primera ocurre en la Lima actual; y la segunda, en Nueva York, Groenlandia, puntos más orientales de Asia y el mar de Behring, a fines del XIX. En Lima se desarrolla el tema de las almas o aparecidos que buscan comunicarse con familiares o personas con quienes sostuvieron alguna relación importante. Los mensajes se revelan a través de conversaciones en sueños o textos enviados por Messenger. Lima ha sido siempre pródiga en relatos de esta naturaleza, la viuda que aborda un taxi a ciertas horas de la noche y pide ser conducido al Cementerio El Ángel, la historia del cura sin cabeza en Barranco, etc. pueblan el mundo sobrenatural de la Lima nocturna.

La novedad en el cuento es “que en Jueves Santo habían avistado a un sujeto con patas de cabra en algunas discotecas de Lima” (:130); es decir, a un ente espiritual propio de los riscos y bosques, no de la urbe. En esta historia es necesario subrayar el hecho de que los ordenadores y los teléfonos celulares, ahora, son también soportes utilizados por los espíritus para enviar mensajes virtuales personalizados. En la segunda historia, Franz Boas, padre de la antropología norteamericana, Hrdlika, Robert Peary, John Muir y otros, asumen un papel ficcional desde su condición de científicos (exploradores, naturalistas o comerciantes). El propósito es, desde las misiones científicas, buscar, identificar y transportar objetos y evidencias útiles para futuros estudios científicos asimismo para exponerlos en los museos y zoológicos estadounidenses. Por ejemplo, se transportan grandes meteoritos hallados en el territorio de los inuits, y a estos mismos, para exhibirlos como objetos de espectáculo, tal como se había hecho un tiempo antes en Chicago. Los inuits llevados por los científicos “murieron de neumonía o tuberculosis” (:129), y sus cuerpos, posteriormente sometidos a diversos estudios e intervenciones hasta reducirlos en osamentas y armarlas para su exposición en el museo. De esta manera, la América indígena se transforma en objeto/sujeto de estudio atractivo, pero es también el territorio donde se producen impunemente actos de pillaje cultural que, paradójicamente, ha contribuido al desarrollo de las ciencias sociales de Estados Unidos, de manera particular el de la antropología. En este sentido, el cuento puede constituirse en un mecanismo de denuncia contra las arbitrariedades y los abusos de las misiones científicas; una voz que desde la ficción reclama la restitución de miles de objetos que, desarraigados de sus lugares primigenios, se exhiben en los museos públicos y privados del mundo, como las piezas precolombinas peruanas vistas por nosotros en el Met de Nueva York (2018) o en el quai Branly-Jacques Chirac, en París, solo para ilustrar dos casos. La aparente inconexión entre las dos historias de “Llamadas”, finalmente, parece no existir; pues, la que ocurre en Lima, nos presenta dos casos de espíritus que buscan comunicarse desde un tiempo actual (el presente); en el otro, son los vestigios de las culturas de la América indígena (inuits, chukchis, etc.) que, “cubiertos por el polvo de la montaña helada” (:136), nos llaman desde el pasado y reclaman ser escuchados. Así, los espíritus superan las distancias temporales y buscan un interlocutor actual, aunque sea desde la ficción y, en ciertos casos, desde situaciones no muy ficcionales.

Por último, observemos que “Los cuerpos celestes” y “Llamadas” abordan temas científicos (también aspectos de la tecnología y lo sobrenatural); es decir, estudios y viajes para observar el cometa Halley, expediciones que estudian meteoritos, cementerios antiquísimos, las características antropomórficas de “indígenas” inuits, usos y costumbres, etc. El cuento de apertura ocurre en el hemisferio sur, mientras que el de cierre, en el hemisferio norte, detalle que —desde las categorías andinas—, configura un tinkuy y yanantin, relación de complementariedad (sur-norte); de igual manera, el interés científico por un objeto aéreo, el cometa Halley y por los meteoritos que se hallan en la superficie terrestre generan una interacción a través de ejes verticales hanay-uray (arriba-abajo). De esta manera, la presencia de las categorías y los dobles semánticos, otorgan al libro estructura y trascendencia literaria particulares; plantea asimismo el diálogo simbólico entre ambos hemisferio de América, entre las culturas indígenas y occidentales, entre la ciencia y los entes espirituales o seres imaginarios. En términos de narrativa occidental, arriesgamos a decir que las categorías observadas cumplen la función de vasos comunicantes, a través de todo el libro, y posibilitan —desde rasgos narrativos capitales—, el diálogo y la interacción entre la mayor parte de los cuentos. Establecidas las relaciones semánticas, el lector ingresa a ese espacio de ficción y “realidad”, con todas sus experiencias posibles para, cuento tras cuento, incorporarse al placer de la caza espiritual.

Antes de concluir nuestro estudio, hacemos referencia breve a los paratextos que acompañan a los cuentos, los epígrafes. En efecto, el epígrafe principal que corresponde a William Butler Yeats, un fragmento del Upanishad y un verso de Frank Ocean, aluden a aspectos o situaciones de carácter espiritual, presentes en el libro. Finalmente, ni el “Agradecimiento” deja de aludir a la característica del libro porque las palabras finales indican los años de angustia, de incertidumbre y muerte que todavía no hemos podido superar del todo: “Lima, 2021, el segundo año de la pandemia” (:[147]). Con La caza espiritual, Miluska Benavides sorprende gratamente porque los relatos que nos presenta cambian de trama y adquieren a veces un vuelco inesperado; de igual manera, desde una descripción magistral, centra su atención en el sufrimiento del cuerpo humano, arruinado por la soledad, por los avatares cotidianos y las enfermedades.

 


Nota

[1]
Miluska Benavides [Lima, 1986] es narradora y traductora. Ha publicado el libro de relatos La caza espiritual (2015) en la editorial no venal Celacanto. En 2012, publicó la traducción de Una temporada en el infierno de Arthur Rimbaud (Biblioteca Abraham Valdelomar) y, en 2017, el estudio Naturaleza de la prosa de José María Eguren (Academia Peruana de la Lengua). En 2021, fue incluida por la revista británica Granta en su selección de los mejores narradores en español menores de 35 años. Prepara su primera novela, Hechos (tomado de la solapa anterior del libro).


 

Bibliografía

Asturias, Miguel (2009). Hombres de maíz. Argentina. Editorial Losada.

Benavides, Miluska (2021). En “Miluska Benavides: «Es tentador pensar en los libros como instrumentos que pueden seguir expandiéndose»”. L’Articulista (entrevista de José del Prado). https://larticulista.es/miluska-benavides-es-tentador-pensar-en-los-libros-como-instrumentos-que-pueden-seguir-expandiendose/ (11/05/2022).

Chirinos, Andrés & Maque, Alejo (1996). Eros andino, Alejo Khunku willawanchik. Cusco: Centro de Estudios Regionales Andinos "Bartolomé de Las Casas".

Krögel, Alison (2021). Musuq Illa: Poética del harawi en runasimi (2000-2020). Lima. Pakarina Ediciones.

Landeo, Pablo (2014). Categorías andinas para una aproximación al willakuy. Lima: Fondo Editorial Asamblea Nacional de Rectores.

———— (2021). Lliwyaq [cuentos en quechua]. Lima. Pakarina Ediciones

Morote, Efraín (1988). Aldeas sumergidas: Cultura popular y sociedad en los Andes. Cusco. Centro de Estudios Rurales Andinos "Bartolomé de Las Casas".

Pétrone, Cayo (1958). Le satiricón. En Romans grecs et latins (P. Grimal, Trad., págs. 2-137). France. Gallimard.

Taylor, Gerald (1987). Ritos y tradiciones de Huarochirí: Manuscrito quechua de comienzos del siglo XVII. Lima. Instituto de Estudios Peruanos, Instituto Francés de Estudios Andinos.

pablo landeo
Pablo Landeo Muñoz
[Huancavelica, Perú] Poeta y narrador. Publicó los libros de poesía Los hijos de babel (2011) y Nocturnos (2015); en narrativa, el libro de cuentos Wankawillka (2013) y la novela Aqupampa (2016), ambos en quechua, su lengua materna. El 2018, la novela indicada obtuvo el Premio Nacional de Literatura (en lenguas originarias) otorgado por el Ministerio de Cultura. Lliwyaq (2021), libro que reúne 17 cuentos, escritos también en quechua, es su última publicación. Fue profesor de quechua e investigador de su tradición oral desde el 2014, en el INALCO, París. A la fecha es docente de la Universidad José María Arguedas, en Andahuaylas (Apurímac). Landeo es también traductor del quechua-español-quechua