¿No era tu sonrisa el bosque retumbante de mi infancia? Sobre las cartas de amor y otras ausencias | Carlos Villacorta

En su libro Fragmentos de un discurso amoroso (1977), el teórico francés Roland Barthes propone que “el discurso amoroso es hoy de una extrema soledad. Es un discurso tal vez hablado por miles de personas (¿quién lo sabe?), pero al que nadie sostiene; está completamente abandonado por los lenguajes circundantes: o ignorado, o despreciado o escarnecido por ellos, separado no solamente del poder, sino también de sus mecanismos (ciencias, conocimientos, artes)” (12). En este libro, uno de sus últimos proyectos más ambiciosos, Barthes deja claro que va a acercarse al tema amoroso desde esa marginalidad que posee el día de hoy, esa marginalidad que le da carácter de una afirmación. Partiendo de esta idea, el libro es una suerte de diccionario con el que se construye el enajenante y perverso discurso del amor.

Barthes nos presenta una larga lista de palabras ordenadas alfabéticamente y en completa soledad: abrazo, adorable, angustia, atopos, ausencia, carta, celos, compasión, corazón, cuerpo, demonios, despertar, encuentro, espera, exilio, faltas, fiesta, imagen, insoportable, llorar, magia, noche, nubes, por qué, recuerdo, salidas, signos, tal, ternura, etc. Cada una de estas palabras posee una definición sencilla a la que sigue varios ejemplos sacados de la literatura. Por ejemplo, a la palabra “abismarse”, Barthes le da esta definición: “Ataque de anonadamiento que se apodera del sujeto amoroso, por desesperación o plenitud.” A la definición le siguen citas y comentarios del Werther de Goethe, del Tristán e Isolda, o de un poema de Charles Baudelaire, etc. Así de la A a la Z.

La lista de palabras y ejemplos es muy interesante y sugerente en la medida que poco a poco van tejiendo una red de significados acerca del siempre fragmentario discurso amoroso. Las palabras se anudan y se re-significan en la voz de Proust, Flaubert, Nietzche, Gide, Borges, Freud, Sartre, Jakobson, el Banquete de Platón y, por supuesto, el psicoanalista Jacques Lacan. Habría que recordar lo que afirmaba el escritor francés acerca del tema del amor. Para Lacan, nada sensato se podía decir acerca del tema amoroso, y sin embargo, “lo único que hacemos en el discurso analítico es hablar sobre el amor” (Seminario XX). Efectivamente, se puede afirmar, sin caer en la ingenuidad, que el amor es el tema de fondo en la terapia psicoanalítica. De manera sintomática, en la lista de palabras del libro de Barthes, ésta no aparece.

De toda esta larga cadena de significados, me gustaría detenerme en una en especial: la carta de amor. Sin duda, la carta, el objeto por excelencia para transmitir el sentimiento amoroso, ha servido como estructura de la novela en castellano por mucho tiempo. Uno de los primeros textos, si no el primero, es Cárcel de amor (1485) del español Diego de San Pedro, donde el autor sirve de intermediario entre el encadenado Leriano y su amada Laureola. Otros ejemplos para mencionar son Relaciones Peligrosas (1782) de Pierre Choderlos de Laclos, Las cuitas del joven Werther de Goethe (1774), Hiperión (1797-1799) de Friedrich Hölderlin, Drácula (1897) de Bram Stocker, entre otras. Barthes define la carta de amor de la siguiente manera:

CARTA: La figura enfoca la dialéctica particular de la carta de amor, a la vez vacía (codificada) y expresiva (cargada de ganas de significar el deseo).

En la carta de amor se halla la historia de amor, aquella gran interpelación al Otro narrativo, al sujeto que se desea o al que se le demanda el amor. Estructuralmente, el destinatario es un significante vacío sobre el que se depositan los deseos y fantasmas del sujeto. Es esta ausencia del objeto amado el que sostiene y teje la carta de amor. Sobre este punto, es interesante la cita que usa Barthes de la novela Relaciones Peligrosas:

Observe bien —escribe la marquesa de Merteuil— que, cuando escribe a alguien, es para él y no para usted: debe pues buscar menos decirle lo que piensa que lo que le agrada más.

En la cita, Barthes especifica que existe, por un lado, la correspondencia —“una empresa táctica destinada a defender posiciones”— y, por otro, la carta propiamente de amor —“puramente expresiva […] en la que se establece una relación, no una correspondencia”— (38-39). Este doble movimiento no es diferente de las propuestas sobre la ficción de escritores como Jorge Luis Borges o Ricardo Piglia, para quienes todo cuento narra dos historias. Las cartas de amor no son diferentes: la posición personal frente a la persona amada y, al mismo tiempo, la expresión de ese amor. Tal vez sea difícil reconocer una de otra, pero ambas esperan igual una respuesta o resolución.

Sobre la respuesta, me gustaría utilizar el discurso poético como método de escritura, reflexión y resolución. Tal vez el ejemplo más conocido sea el poema del portugués Fernando Pessoa “Todas las cartas de amor son ridículas.” Escrito por su heterónimo Álvaro de Campos, Pessoa expone muy bien eso que decía Lacan: nada se puede decir del amor sin caer en la imbecilidad. O en el ridículo. Es esta misma paradoja la que Pessoa presenta anulando cualquier contradicción, donde afirma la experiencia de la escritura amorosa como lo verdaderamente válido en el sin sentido del lenguaje:

Pero, al fin y al cabo,

sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor

sí que son

ridículas.

No se trata de que el discurso amoroso sea en sí absurdo. Se trata de representar a través del lenguaje ese necesario requerimiento, ese inexpresable sentimiento.

La otra respuesta a la que quisiera referirme es el poema del poeta peruano César Moro (1903-1956). Moro, quien vivió en un autoexilio en México y en Europa, escribió casi toda su obra en francés, con excepción de algunos textos y su poemario La tortuga ecuestre (compuesto en 1938). De estirpe surrealista, Moro dedicó casi toda su poesía al tema amoroso, al discurso del deseo, al erotismo del lenguaje. No intento dar una descripción de la poética de Moro, pero sí detenerme en su poema "Lettre d’amour" (1942). Originalmente escrito en francés, en el poema, Moro le escribe al amante ausente, ido; se recuerda el espacio y tiempo compartidos; se afirma el olvido solo para negarlo; se nombra la palabra que carece de sentido; y lo queda es esa tempestad, esa vorágine de palabras y sentimientos que observamos y percibimos asombrados como un sueño del que no se puede despertar. Dice el poeta:

¿No era tu sonrisa el bosque retumbante de mi infancia

no eras tú la fuente

la piedra desde hace siglos escogida para recostar mi cabeza?

De la experiencia con el otro, nace el lenguaje. Del tejido de sus palabras, nacen las cartas de amor; pues todo discurso amoroso es fragmento, es ausencia nombrada que el lenguaje balbucea con impecable claridad.

Carta de amor

 

Pienso en las holoturias angustiosas que a menudo nos circundaban al acercarse el alba

cuando tus pies más cálidos que nidos

llameaban en la noche

con una luz azul y tachonada de lentejuelas

 

Pienso en tu cuerpo que hacía del lecho el cielo y las supremas montañas

de la única realidad

con sus valles y sus sombras

con la humedad y los mármoles y el agua negra reflejando todas las estrellas

en cada ojo

 

¿No era tu sonrisa el bosque retumbante de mi infancia

no eras tú la fuente

la piedra desde hace siglos escogida para recostar mi cabeza?

Pienso tu rostro

brasa inmóvil de donde proceden la vía láctea

y esta inmensa desazón que me torna más loco que una lámpara bellísima balanceada sobre el mar

 

Intratable a tu recuerdo la voz humana me es odiosa

siempre el rumor vegetal de tus palabras me aísla en la noche total

donde resplandeces con una negrura más negra que la noche

 

Toda idea de lo negro es endeble para expresar la vasta ululación de lo negro sobre negro esplendiendo ardientemente

 

Ya nunca olvidaré

Pero quién habla de olvido

en la prisión en que tu ausencia me deja

en la soledad en que este poema me abandona

en el destierro en que me encuentra cada hora

 

Ya nunca despertaré

Ya no resistiré el asalto de las inmensas olas

que vienen del dichoso paisaje que tú habitas

Demorándome afuera bajo el frío nocturno me paseo

sobre esta encumbrada tabla de donde se cae de golpe

 

Yerto bajo el espanto de sueños sucesivos y agitado en el viento

de años de ensueño

prevenido de aquello que termina por encontrarse muerto

en el umbral de castillos abandonados

en el lugar y a la hora convenidos pero inhallables

en las llanuras fértiles del paroxismo

y del único objetivo

este nombre antes adorado

en el cual pongo toda mi destreza en deletrear

siguiendo sus transformaciones alucinatorias

Así una espada atraviesa de parte a parte una bestia

o bien una ensangrentada paloma cae a mis pies

convertidos en roca de coral sustento de despojos

de aves carnívoras

 

Un grito repetido en cada teatro vacío a la hora del inefable espectáculo

Un hilo de agua que danza ante el telón de terciopelo rojo

en las llamas de las candilejas

Desaparecidos los bancos de la platea

acumulo tesoros de madera muerta y de vivas hojas de plata corrosiva

No se contenta ya con aplaudir se aúlla

mil familias momificadas tornan innoble el paso de una ardilla

 

Decoración amada donde veía equilibrarse una fina lluvia encaminándose veloz hasta el armiño

de una pelliza abandonada en el calor de un fuego de alba

que intentaba dirigir sus quejas al rey

así abro por completo la ventana sobre las nubes vacías

reclamando a las tinieblas inundar mi rostro

borrar la tinta indeleble

el horror del ensueño

a través de los patios abandonados a las pálidas vegetaciones maniáticas

 

En vano exijo la sed al fuego

en vano hiero las murallas

a lo lejos caen los telones precarios del olvido

agostados

ante el paisaje retorcido en la tempestad

César Moro, México, diciembre de 1942

 

*Traducción del francés de Emilio Adolfo Westphalen

 

Lettre d'amour

 

Je pense aux holoturies angoissantes qui souvent nous entouraient à l’approche de l’aube

quand tes pieds plus chauds que des nids

flambaient dans la nuit

d’une lumière bleue et pailletée

 

Je pense à ton corps faisant du lit le ciel et les montagnes suprêmes

de la seule réalité

avec ses vallons et ses ombres

avec l’humidité et les marbres et l’eau noire reflétant toutes les étoiles

dans chaque œil

 

Ton sourire n’était-il pas le bois retentissant de mon enfance

n’étais-tu pas la source

la pierre pour de siècles choisie pour appuyer ma tête?

Je pense ton visage

immobile braise d’où partent la voie lactée

et ce chagrin immense qui me rend plus fous qu’un lustre de toute beauté balancé dans la mer

 

Intraitable à ton souvenir la voix humaine m’est odieuse toujours la rumeur végétale de tes mots m’isole dans la nuit totale

où tu brilles d’une noirceur plus noire que la nuit

 

Toute idée de noir es faible pour exprimer le long ululement du noir sur noir éclatant ardemment

 

Je n’oublierai pas

Mais qui parle d’oubli

dans la prison où ton absence me laisse

dans la solitude où ce poème m’abandonne

dans l’exil où chaque heure me trouve

 

Je ne me réveillerai plus

Je ne résisterai plus à l’assaut des grandes vagues

venant du paysage heureux que tu habites

Resté dehors sous le froid nocturne je me promène

sur cette planche haut placée d’où l’on tombe net

 

Raidi sous l’effroi de rêves successifs et agité dans le vent

d’années de songe

averti de ce qui finit par se trouver mort

au seuil des châteaux désertés

au lieu et à l’heure dits mais introuvables

aux plaines fertiles du paroxysme

et de l’unique but

ce nom naguère adoré

je mets toute mon adresse à l’épeler

suivant ses transformations hallucinatoires

Tantôt une épée traverse de part en part un fauve

ou bien une colombe ensanglantée tombe à mes pieds

devenus rocher de corail support d’épaves

d’oiseaux carnivores

 

Un cri répété dans chaque théâtre vide à l’heure du spectacle inénarrable

Un fil d’eau dansant devant le rideau de velours rouge

aux flammes de la rampe

Disparus les banes du parterre

j’amasse des trésors de bois mort et de feuilles vivaces en argent corrosif

On ne se contente plus d’applaudir on hurle

mille familles momifiées rendant ignoble le passage d’un écureuil

 

Cher décor où je voyais s’équilibrer une pluie fine se dirigeant rapide sur l’hermine

d’une pelisse abandonnée dans la chaleur d’un feu d’aube

voulant adresser se doléances au roi

ainsi moi j’ouvre toute grande la fenêtre sur les nuages vides

réclamant aux ténèbres d’inonder ma face

d’en effacer l’encre indélébile

l’horreur du songe

à travers les cours abandonnées aux pâles végétations maniaques

 

Vainement je demande au feu la soif

vainement je blesse les murailles

au loin tombent les rideaux précaires de l’oubli

à bout de forces

devant le paysage tordu dans la tempête

México, D.F., décembre 1942

 

 

Todas las cartas de amor son ridículas

 

Todas las cartas de amor son

ridículas.

No serían cartas de amor si no fuesen

ridículas.

 

También escribí en mi tiempo cartas de amor,

como las demás,

ridículas.

 

Las cartas de amor, si hay amor,

tienen que ser

ridículas.

 

Pero, al fin y al cabo,

sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor

sí que son

ridículas.

 

Quién me diera el tiempo en que escribía

sin darme cuenta

cartas de amor

ridículas.

 

La verdad es que hoy mis recuerdos

de esas cartas de amor

sí que son

ridículos.

 

(Todas las palabras esdrújulas,

como los sentimientos esdrújulos,

son naturalmente

ridículas).

Fernando Pessoa (con el heterónimo Álvaro de Campos)

 

*Traducción del portugués de Miguel Ángel Flores


carlos villacorta

Carlos Villacorta Gonzáles

[Lima, 1976] Es escritor y profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Maine. Ha publicado los poemarios el grito (2001), Tríptico (2003), Ciudad Satélite (2007, 2021), y Materia Oscura (2017), y la novela Alicia, esto es el capitalismo (2014). Ha co-editado las antologías Cuentos de Ida y Vuelta: 17 narradores peruanos en EstadosUnidos (Perú, 2019), y Los relojes se han roto: Antología de poesía peruana de los noventa (México, 2005). Sus cuentos y poemas han aparecido en español, inglés y francés. En 2018, publicó su investigación Poéticas de la ciudad: Lima en la poesía peruana. Dirige la revista digital Polis-Poesía.