La cuarta Brontë | Eve Gil
Es otra tragedia la que me hace regresar. Está sucediendo mientras escribo, y ninguna de las mujeres que me acompañan consiguen apartar sus caras desencajadas de la gran pantalla del televisor donde, hace unos minutos —o segundos, el tiempo se ha estirado lo que me llevó extraer la libreta de tapas rojas de mi mochila y empezar a escribir sobre mis rodillas—… dilatados segundos, ha desaparecido en nuestras narices el transbordador espacial Challenger cuyo abordaje, transmitido en vivo para todo el mundo, se consideraba lo más trascendente desde la colonización de la Luna en 1969. No entiendo muy bien de qué va, pero nunca había sido testigo de un acontecimiento histórico, como lo fueron mamá o Nana Ceci. El 22 de noviembre de 1963, por ejemplo, mi madre y mi abuela pasaban por las manos de las embellecedoras del Salón Paquita, disponiéndose a celebrar el cumpleaños de esta última que se trasladó a la ciudad de México para dejarse mimar por su hija, amante de un hombre poderoso y prudente que jamás asomó las narices durante la estancia de Nana Ceci, pero se cercioró de que nunca faltara un chofer a su disposición, ni dinero para agasajar a quien cínicamente se refería como “suegra”. Esta es una de las anécdotas favoritas de mamá: el presidente Kennedy, de quien Nana Ceci estaba platónicamente enamorada (habían nacido el mismo año, tenían la misma edad y el mismo color de pelo), desfilaba a bordo del carro presidencial ante sus maravillados ojos, desde el televisor instalado en la estética, y justo a las 12:30, hora estándar del centro, en el instante en que retiraban el casco espacial de la cabeza de mi abuela, el guapísimo Johnny Fitzgerald cayó desplomado por un tiro en la cabeza, dejando al mundo suspendido en un grito. Nana Ceci no gritó, como sí hicieron mamá y otras clientas y empleadas… pero rodó a los pies de las diligentes estilistas, con los rulos hirviendo.
 
He corrido a sentarme muy cerquita de Nana Ceci, temerosa de que se repita la historia. Yo misma me siento mareada, hasta con náusea, sin poder creer que aquella humareda de tintes rosados, similar a un algodón de azúcar, a la que de pronto le brotan tenazas de escorpión, es lo que queda de la fabulosa nave en forma de tres torretas voluminosas. ¡Ay dios!, ¡ay dios!, es cuanto dicen al unísono, y a intervalos, la Cuca, Tía Lucy, mamá y Nana Ceci, quien se cubre la boca. “Había personas a bordo”, pensé, temiendo desatar la histeria si lo decía en voz alta; varios hombres y mujeres… de todos colores… ¡Y estaban tan felices al instante de abordar, orgullosos de su bandera coloreada en sus trajes! ¡Saludando a la gente que los vitoreaba como héroes, sin imaginar que era cuestión de segundos para que se transformaran en mártires! ¿Habrán tenido oportunidad de percatarse de que algo no marchaba bien? ¿O murieron con lágrimas de emoción en sus ojos, convencidos de que estaban a punto de conquistar una gloria distinta a la que los hará pasar a la historia?
 
¿Qué pensaría yo si fuera hija de alguno de esos astronautas —Jarvis, Resnik, Scobee, los apellidos que alcanzo a recordar— y mi corazón, todavía henchido de orgullo por estar a punto de presenciar cómo mi padre o mi madre suscribían mi propio apellido en los libros del futuro, reventara junto con la nave siniestrada que no solo signa el estridente fracaso de la misión, sino que pone a pensar en que una docena de seres humanos, guapos, felices y, hasta hace unos segundos, sonrientes, han dejado de existir tan radicalmente que ni siquiera quedarán restos a los cuales rendirles pleitesía?
 
Mamá deja escapar un sollozo. ¿O he sido yo?
 
Nana Ceci balbucea algo de cenizas en el cielo… de un sabotaje de los rusos… y no sé qué más. Yo acarreaba esa bola de humo rosado con tenazas dentro del pecho con varias semanas de antelación y no encontraba un lugar donde ocultar mi dolor… y me sumo a la orquesta de plañideras para llorar mi exclusivo Challenger, sin que nadie juzgue o sospeche de mis lágrimas.
 

*Fragmento de la novela La cuarta Brontë

Kolaval | México | 2021

 


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Eve Gil

Narradora, ensayista y periodista cultural sonorense. Estudió literaturas hispánicas en la Universidad de Sonora. Becaria del FECAS-Sonora 1993-1994 y 2004-2005; y del FONCA en la categoría de Jóvenes Creadores 1995-1996. Mención honorífica en el Certamen Nacional de Poesía Anita Pompa de Trujillo 1993. Premio La Gran Novela Sonorense 1993 por Hombres necios. Mención honorífica en el Concurso del Libro Sonorense 1994, género dramaturgia, por Electra Masacrada. Premio Nacional de Periodismo Fernando Benítez en 1994, Premio El Libro Sonorense 1996 por El suplicio de Adán. Mención honorífica en el Certamen Binacional de Novela Border of Words 2001. Premio El Libro Sonorense 2006 por Jardines repentinos en el desierto. Paisaje y carácter sonorenses en la narrativa mexicana del siglo XX. Premio Nacional de Cuento Efraín Huerta 2006 por Sueños de Lot. Autora de las novelas Réquiem por una muñeca rota, Cenotafio de Beatriz y Virtus, así como del ensayo publicado por Difusión Cultural de la UNAM, La nueva ciudad de las damas. Ha publicado una serie de novelas con el tema del manga japonés como Sho-shan y la dama oscura (2009, llevada al cine por Carlos Preciado Cid), Tinta violeta (2011) y Doncella Roja (2013), destacándose con gran éxito por lograr una temática novedosa en nuestra lengua. Tiene a su cargo la columna "Biblioteca fantasma", en La Jornada Semanal. En 2018 se reeditó El suplicio de Adán a 20 años de la censura oficial que obstruyó su llegada a los lectores. Fue miembro del jurado del Premio Nacional de las Artes 2017 en la categoría Lingüística y Literatura. Sus libros más recientes son Evaporadas, las chicas malas de la literatura (Nitro Press, 2018), que figuró en cuatro listas de los mejores libros del 2019, la novela- reportaje Borrada de Dublín (Camelot, España, 2019) y la novela La cuarta Brontë (Kolaval, 2021). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores desde 2021.