Chapeo | Johan Mijail

II

Con el libro Escalera para Electra de Aída Cartagena Portalatín en mis manos y volviendo a esta realidad calurosa después de uno de estos lazos que se establecían por minutos discontinuos conmigo y los Misterios en la Ciudad Primada de América, me senté bajo la sombra de una palmera que, podía verse por su tamaño, no tenía más de cinco años sembrada ahí. Me senté a pensar qué hacer. Lo único que tenía claro era no regresar a casa, era demasiado temprano. Así que después de unos minutos me tomé un frío frío de chinola y caminé lento hasta la avenida Máximo Gómez con el objetivo de bañarme en playa Güibia. Me fui caminando para hacer memoria, recordando las veces que escuché hablar del balneario de Güibia y de todo su no sé qué en los años 90 cuando los vecinos de Gazcue creían que vivían en Miami Beach.

Al final de la avenida, el Malecón era una pausa para la fuerza del mar Caribe y sus olas. Ese aleteo no tan feroz lamía la isla todo el día en una especie de simbiosis sosteniendo el archipiélago de Las Antillas Mayores y Las Antillas Menores, el Canal de la Mona. Es este lengüeteo el que equilibra la rabia del mar y el estatuto femenino de una isla que responde al nombre de Quisqueya.

Ahí, entre las rocas y la arena amarillenta, estaba Tony Capellán, el artista dominicano que hacía increíbles instalaciones con lo escupido por el mar y hablaba críticamente de la relación que teníamos les dominicanes con la costa. Obras de arte que viajaban por el mundo hablando de la necesidad de cuidar la ecología: instalaciones compuestas de chancletas, botellas, jeringas, máquinas de afeitar, residuos de plásticos que se transformaban en el arte contemporáneo dominicano más internacional. Aspiraciones escultóricas que parecían monumentos que llenaban de esperanza a les espectadores, que ofrecían soluciones útiles para sanar el país. Trabajo conceptual que proponía tensionar la idea de progreso y sus lógicas de aplicación en la macropolítica global. Lo miro de lejos respirando admiración y sigo caminando, barajando full.

La playa estaba un poco más allá.

Para qué mentir, si a Güibia nadie va a bañarse. El agua está sucia de algas que hablan del descuido y lo malo que es acostumbrarse a tanta agua. Las veces que iba era a buscar roces sexuales con bugarrones cuyos atributos físicos, muchas veces, hacían que se perpetuara el estigma que se tiene de la sexualidad y genitales de quienes hemos
nacido en la isla donde se gestó el genocidio en Abya Yala. “Santo Domingo es el centro del fukú del mundo, y todes somos sus hijes, nos demos cuenta o no”. Santo Domingo es un animal herido que come cabezas frente al mar.

 

*** 

Un roce para mí era una mirada; el cruising no era lo mío. Luis era el experto en la materia. Él sabía cómo lograr que los tígueres se acercaran, él sabía todo sobre cómo capturar a sus presas, pero todavía no aparecía. Sospeché que esa loba debía de estar en Internet buscando saciar su deseo imparable.

Ahí estaba yo de nuevo, frente al mar, mirando la fauna humana que, sin decir, verbalmente, mucho recitaba todo lo que tenía que ver con lo bello. Los cuerpos morenos y el pelo rizo, las piernas que parecían de gigantes, Sankyns Pankys diciendo presente en una escena hermosa de la cultura popular, magos que sabían hacer todos los trucos, piruetas bélicas, cocomordán. Morenos cuyas presencias sostenían la fuerza de los huracanes en sus músculos. Papis shampoos que de organizarse en algún partido podría llenar de dembow, rap, neoperreo, trap y reguettón desenfrenado a todo el mundo. Muchachos que podrían redactar manifiestos sobre la importancia que tiene el Caribe para pensar en lo que ha devenido la humanidad. Tígueres muy jóvenes cuya inteligencia barrial está aportando los sonidos musicales que tú bailas en las fiestas. Raperos olvidados en las esquinas que quiso incendiar Peña Gómez. Perpetuadores del flow y la chercha. Máquinas protagonistas de la belleza que somos. Expertos en palabras que se vuelven conquistas: uno te habla y terminas en su cama. Dueños de una jerga que evidencia la memoria de una tradición oral que no es otra cosa que no sea supervivencia.

Los malos que están más buenos en las películas.

Gente que lo único que necesita es tomar la palabra en esta disputa por la realidad cultural. Carajitos que representan físicamente un contundente porcentaje de lo que heredamos de África. Buscadores de nuevas utopías en sus performances duracionales de pasar más de 12 horas al día parados en las entradas de los colmados y las salidas del metro, haciendo coro con los últimos modelos de tenis Jordan en su pies, entre los sizes 41 y cuarenta y cinco, con gorras carísimas que se prestan entre ellos. Inventores de una labia cuya intención está basada en pornotopías y las vainas complejas que pensó Michel Foucault en relación a inventar resistencias a la dominación biopolítica, de proponer resistencia a la administración de la vida. Ellos, ahí, inventan una contrahistoria de la historia eurocéntrica y blanca de la sexualidad.

En eso se acerca a mí, como una ola más, un chico limpiabotas, de unos veinte años, que había dejado, unos metros atrás, a otros limpiabotas que parecían una agrupación de salsa, la nueva Fania, o peloteros que sacarían a sus lazos afectivos más cercanos de la pobreza. Un tíguere con cara de malo me saluda diciéndome “Klk, manín”, desde unos bembes morados por el sol. Se sienta a mi lado y comienza a darme cotorra. Me pregunta qué hacía ahí, qué andaba buscando, para luego continuar diciéndome, sin dejarme hablar ni una sola palabra, que tenía el güevo grandísimo y que le gustaba que se lo mamaran. Tímida, miro hacia otro lado simulando ser une pariguaye y logro ver a La Kitsy y a La Chica Permiso irse con dos morenos detrás de las piedras, detrás de una montaña de peñones que el mar había esculpido minuciosamente dándole forma de cueva. Después vuelvo a mirar y la situación es un carnaval homosexual con olor a salitre, una escenografía cuir neobarroca en la cual Perlonguer y Pedro Lemebel hubiesen sido felices.

“Me gusta que me mamen bien rico la ñema, soy lechero”, continúa zigzagueando con el ritmo de su voz. Me lleva las manos a su paquete: tenía razón. En menos de 60 segundos confirmo lo que comentó sobre la extensión, el grosor y la forma. Sostengo por casi un minuto la serpiente que le pasó la manzana a Eva según el Génesis. Respiro el nervio y con poca empatía alejo mis manos y el cuerpo unos centímetros de él y sonrío buscando complicidad, al mismo tiempo y en ese sentido saco de mis bolsillos el teléfono y entro a Instagram. Él hace lo mismo pero mira la red social desde un iPhone 12 que hace mucho más extraña la situación.

Le pregunto rápidamente si había visto el nuevo vídeo de la @Bellachannel donde pasaba una serie de tips para hacer las mejores mamadas. Me dice que no le gusta, que la encuentra vulgar. Yo lo miro diciéndole con los ojos que la situación en la que estábamos no tenía nada de diáfano ni nada de pulcro; lo que yo quería decirle, con la mirada, era que no había nada de vulgar, que les dominicanes éramos así. Él al parecer entiende todo lo que le comunico con la vista. Me coquetea diciéndome “eres linda”, y comienza a criticar a las chapeadoras. Se refiere a La Insuperable dándole el calificativo de extraterrestre, dice que Candy Flow era una especie de extraterrestre también, que no le gustaba Alianny García y luego descuartiza con palabras a Amelia Alcántara. “Las mujeres así no sirven para nada. Son unos malditos cueros del diablo”, remata. Las destruye vorazmente en cinco minutos, olvidando la potencia que había en estas nuevas maneras de entender qué era hoy “lo femenino” en nuestros espacios más conservadores del espectro latinoamericano. Y mientras yo imaginaba su güebo levantándose en una intensa erección, pensé en misoginia y en cómo se me iban quitando las ganas de singar con alguien así. Pensé en el desamor, pensé en Paco Vidarte, en su libro Ética Marica.

Guardamos los teléfonos casi al mismo tiempo y le propongo una invitación. Le digo que tomáramos un carrito público y que subiéramos por la Gómez hasta el cementerio, que ahí podríamos tirar un polvo tranquiles. Me dice que sí, que fuéramos. Así lo hicimos. Frente al Palacio Nacional de Bellas Artes tomamos un carrito público, aunque él quería irse en un autobús de la OMSA. Lo convencí fácilmente porque los autobuses que pasaban iban muy llenos. No bien nos subimos en el auto destartalado escuchamos a un tipo gritar “derecho, Máximo Gómez, hasta la Ovando”. De forma rápida le comento que no entendía porqué le pusieron el nombre de Don Freddy Beras Goico al edificio de Bellas Artes.

Cuando vamos por la 27 de Febrero comienzan a sudarme las manos, mientras él de la manera más sensual posible intenta meterme un dedo en el culo: pasaba la uña de su dedo índice derecho por el espacio de mi cuerpo donde comenzaban mis nalgas, el culazo que había heredado de mi abuela y ella de su madre y así. Cuando pasamos delante de la bomba Texaco, masajea con su dedo mi ano y éste reacciona con ganas de tragárselo a él, completo, mientras comienzan ahora a sudarme las plantas de los pies. Un sudor que no tenía que ver con el tipo ni con el calor, no tenía que ver con los nervios tampoco. Él le dice al chófer que nos dejara al cruzar. Nos bajamos en una de las cuatro entradas que tenía el cementerio. Ahí se proyecta la imaginación de la cruz del calvario. Caminamos hasta la puerta de hierro envejecida por el tiempo y, como es martes, hay una multitud de gente en la entrada, un humo que huele a tabaco de vainilla, gente con tufo a ron Barceló añejo y granos marrones de café en el suelo.

Enseguida caigo de bruces y comienzo a gritar:

He venido a despojar el camino en nombre del único y excelente profeta Santo San Elías, seguidor del único dios real quien vive y es omnipotente. Bulentiré san Pelí salunerú, logetorí tiliniripi saculeris chumpé un, dos, tres maripositas linda e´… soñegutún el gallo, el gallo, la gallina y el caballo, el pío, el pío, es un baile muy sencillo, pero A A A MARIQUITA ya se va Pero E, E, E MARIQUITA ya se fue pero I, I, I MARIQUITA no está aquí pero O,O,O MARIQUITA ya voló pero U,U,U MARIQUITA está en el Club, tomando refresco Contry Club CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUB CLUBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBB musé de lu clé, de su, mariposas butené, loché de tri,
son quelé
ALÉ,
ALÉ, ALÉ, ALÉ,
ALÉ,
bachata de nú,
EL CHAPEO COMO SOLUCIÓN

Me pongo de pie, mientras la gente se organiza a mi alrededor de manera circular porque San Elías, el Barón del cementerio, quería usarme como un dispositivo, como un vaso comunicante para pasar información secreta que continuara poniendo el chapeo como el verbo principal en las prácticas de todo. En eso, una señora va y me dice al oído varias malas palabras. Me susurra “maldito pájaro del diablo, azaroso, mamagüebo”, y se va rapidísimo, y cuando se aleja le digo a San Alejo que la aleje.

El limpiabotas sorprendido va y me da un pescozón que me hace entrar en razón. Ruedo por el suelo como cualquier vaina. Mi mente se llena de recuerdos e imágenes de la infancia: las canciones mnemotécnicas infantiles, las matas de guayaba, de aguacates, los tamarindos, las naranjas agrias, el cilantro ancho, las cerezas, el mangú con huevo y queso frito, las cebollas bañadas en vinagre, el aceite de oliva, los dulces que comprábamos donde Pimpo. Recuerdo a Cachimbito y los besos en el taller de Genaro y más imágenes, los palitos de coco, los sacamuelas, a las primeras travestis que vi, La Loba y Vickiana y que pasado el tiempo, pero con esa primera referencia, entendí que en lo relacionado con la sexualidad y el género no había nada de “verdad natural” que defender. Brotan también imágenes del Instituto Politécnico donde se burlaron por años de mi amaneramiento diciéndome “Lala”. Surgen recuerdos del Parque Mirador del Norte donde los gansos te perseguían con ganas de matarte.

En eso y volviendo un poco más a este plano pero con San Elías dentro de mí, le pido amablemente al limpiabotas que se vaya, que dejáramos todo para otro momento. Él, un tanto más efusivo, me grita que deje el show, que pare de creerme poderosa, que eso y las chapeadoras eran culpables de la mierda en la que se había transformado el país, que por culpa de gente como nosotres, él, que tenía mucha potencia para las matemáticas, la química y la física, tenía que limpiar todo tipo de calzados en El Conde Peatonal para sobrevivir. Que él con todos los conocimientos que tenía podría haber estudiado en la NASA. Que éramos un montón de gente loca; hijes de papi y mami influides por haitianes; que éramos maricones enfermos de la cabeza y delirábamos con tener un toto; que él y sus amigos estaban planeando qué hacer con los homosexuales, las lesbianas, las travestis, les intersexuales, les asexuales, les pansexuales y les trans para limpiar de tanta pluma y pajarería la isla, porque esa charlatanería tenía que terminar y las hormonas tenían que estar en los lugares que Jehová había dispuesto para ellas, que estaba bueno ya de tanta vaina rara.

La señora que también había sido grosera conmigo, se devuelve y me trae un vaso con agua, me sienta encima de un muro de cemento pintado de negro. Me acaricia la espalda con una fuerza maternal y de un bolso grandísimo saca una escoba, siete pañuelos, un tabaco y una botella de ron que no tarda en llevar a mi boca. “Traga”, me dice, y con un tono que retumba en autoridad, agrega: “Con esto no se juega, muchacha”. Y continúa pasando a tonalidades más amables. “Llegaste y enseguida me di cuenta que tú estabas confundida”, pronuncia intentando lograr que sus labios bailaran “perejila” y “camiona”, y después me explica, sin yo preguntar nada, que ella estaba corriéndole a la policía de migración debido a que su tatarabuela era haitiana y a ella, después de tres generaciones, le habían quitado la nacionalidad dominicana y la querían deportar aunque ella había nacido aquí. “El Masacre se pasa a pie”, repite varias veces y se da ahora, ella, un sorbo. Me pregunta cómo me voy sintiendo y logra convencer al limpiabotas para que se retire del sitio. El chico no me agrega a WhatsApp ni nada. Se va enojadísimo y yo apenas puedo verlo. Tengo los ojos nublados, sigo sudando de las manos y las plantas de los pies. Le digo a la señora, quien apenas me acaba de decir que se llama Yuleisy, que no, no me voy sintiendo mejor: estoy empeorando. Vomito semillitas de chinola y ella viene y me desnuda ahí.

Toma la escoba y pasa con delicadeza las pajas que la forman por mi cuerpo ido. De los siete pañuelos que había sacado del bolso, selecciona el negro y el morado en nombre del Barón y la Mami Wata que tenía una fila enorme esperándola. Lo amarra en su cabeza calva, enciende el tabaco, me da otro sorbo de ron y luego ella toma otro. Me hace un despojo tomando romo. Me trata como el ser más mágico del planeta y me siento plácide como una tarde de domingo con todo lo que dispone de mi cuerpo. Le cedo mi presencia en el mundo; es una manera de demostrarle que ocurre esto con un grado de consentimiento. Dejo que en este momento toda la luz necesaria que ella podría ofrecerme entre por cada una de mis células, dejo que entre en mí toda su potencia y dejo que decodifique, sin ella decirme mucho, lo hermoso de afrontar alegre y responsablemente lo mágico de lo que nos habían negado.

La gente comienza a amontonarse de nuevo en un círculo alrededor de nosotres, y comienzo a decir los números:

23
45
89 para la Lotería Nacional
34
99
03 para la Quiniela Palé
45
88
62
43
20 para el Loto Pool
21
91
92
76
56
34 para la Loto.

Señoras escuchan y anotan en servilletas y en esquinitas de periódicos viejos del Listín Diario los números que les dicta el Misterio a través de mí. Ahí mismo algunas mujeres más jóvenes hacen combinaciones y logran armar listas de números que les servirán, supuestamente, para toda la semana. Yuleisy me deja unos trece minutos sole y busca otra bolsa llena de velas. Me da más ron y agua. Me lleno de seguridad, fuerza y compromiso con la situación y la escena. Me viste escupiendo el humo del tabaco sobre mi rostro afrodominicane, un rostro que deja de estar pálido cuando se detiene el sudor. Me toma de la mano derecha y me sienta de nuevo en el murito de cemento pintado de negro. La gente comienza a dispersarse y, en eso, ya vestide y sintiéndome mejor, me suena el teléfono. Pensé que era el limpiabotas y que quizás quería continuar con su objetivo: eyacular. Entonces, recuerdo que jamás intercambiamos números telefónicos, que ni siquiera sabía su nombre, que lo único que me había ofrecido en casi dos horas era metérmelo como nadie lo había hecho antes, poniendo de nuevo en evidencia a estos hombres y su mafia eyaculativa.

Era Luis, buscando reconectar con nuestra hermandad. “¿Dónde estás, maricón?”. “En el cementerio de la Gómez”, le respondo. “¿Y qué andas haciendo?”, me cuestiona. Y cuando intento explicarle: me interrumpe y me dice que no me mueva de ahí, que iba a pasar a buscarme para que le acompañara a La Embajada, porque hacía unos minutos le habían llamado para decirle que le aprobaron la visa, que los gringos habían caído en el gancho que ella inventó para lograr los papeles, que

DO-MI-NI-CA-NA-MEN-TE

logró engañar a las autoridades migratorias.

En los 30 minutos que tarda Luis en llegar, la señora Yuleisy me pasa muchos datos. Me cuenta sobre las plantaciones de caña. Asocia la historia de la esclavitud con el escalofrío, con el trabajo deshumanizado que hasta tres generaciones atrás de ella tenían que hacer les negres de Palenque, en San Cristóbal. Me habla de Nigua y Boca de Nigua, de que todavía no le daban oficialmente su pensión, humillando todos los años de trabajo que le dedicó a la caña y a la recolección en el ingenio de Don Diego Caballero. Me comenta de sus prácticas y de cómo mediante las trenzas las mujeres negras construyeron mapas para su rebeldía, me dice que en el pelo esculpían los caminos con los que pudieron inventar el cimarronaje, escapar del amo, que ella sabía todo eso porque había una tradición oral todavía vigente con la cual yo tenía que solidarizarme. Me comenta que las que no tenían trenzas llevaban en sus pajones esponjosos semillas que luego les permitirían construir comunidad lejos del blanco. Me pasa unas velas. Luego, en un gesto que entendí como sinónimo del amor, me hace una cruz en la frente, con un poco de hollín que encuentra. Y se va donde un grupo de gente que seguía en un culto al Barón, a San Elías. Antes de alejarse del todo, me exhorta a que me cuide. Cuando se aleja, veo a Luis haciéndome señas con sus delgados brazos para que fuera a alcanzarle.

Me acerco.

***

Andaba con los tígueres de la otra noche, ahora montados en una camioneta blanca con música a todo lo que da. “Omega, el fuerte, de Santo Domingo, el que conquistó Europa y Estados Unidos” sonaba cuando uno de estos palomos baja el volumen en coordinación con Luis, quien me abraza y me dice al oído: “Volvieron. Les gustamos. No hables de más”. Después me advierte que eran unos chopos y que lo único que quería era obtener que nos llevaran hasta La Embajada, que los estábamos chapeando, que si bien se había enojado conmigo, en muchos sentidos yo tenía la razón y que no debía pensar, siempre, que tígueres de esta especie tenían para ofrecernos todo lo que nos merecíamos. “Porque yo puedo y me lo merezco. Nadie puede brillar y chapear más que yo”, concluye, riéndose, intentando imitar la voz de la @Shakatah_astoa.

Nos subimos y regresan al volumen anterior. Vamos relativamente cerca. Pensaba en cómo estos muchachos lograban disimular su pulsión sexual dentro de los contextos sociales de donde venían, porque les pájares éramos nosotres dos. Luis y yo, éramos les pájares, ellos no. Homofobia en los bugarrones, intuía. Otro mundo, deseaba, cuando el sol entraba todavía, potentísimo, por una de las ventanas del auto, rayos que advertían que hacía muy bien disfrutar de su luz.

Los bugarrones hablan entre ellos sobre zapatillas Balenciaga, gorras Nike, pantalones Zara. Uno, al parecer el más joven, habla de motocicletas y de cómo una vez que se cayeron de una pasola camino a Boca Chica le rompieron el culo a un maricón bien pasivo, enfatizan, entre los dos en La Matica: “Le dijimos que le íbamos a pagar y, después de llegar a La Matica, yo me saqué el güebo y el maricón quedó rendido a mis pies. Le dije que en verdad no tenía ni un chele y que si quería después de pasar todos esos metros de playa hasta la islita, me lo podía mamar gratis si quería, a lo que el pájaro accedió”. En eso su amigazo Marcos, dice que lo puso en cuatro y que se lo había metido tan fuerte que había sangrado. “Le sacamos la mierda y gratis. Lo cubiamos”, concluye muerto de risa y estacionando el vehículo. Habíamos llegado. No digo ni una sola palabra, entre todo lo que había pasado ese día, la petición de Luis y lo que venía escuchando, lo único que añoraba era que ese sol “penetrante” terminara y trajera consigo la noche para irme a descansar; o que ellos pagaran, de alguna manera, todo lo que habían narrado sobre ese chico en La Matica.

Ellos dos se bajan como si quisieran entrar a la cita consular con nosotres. El más joven, que en todo momento demuestra que es Aries, cuando quiere despedirse de mí, se vanagloria de todas las marcas que usa. Me dice que es influencer, que gracias a Instagram puede cambiar de vehículo las veces que quiera, que le regalan tenis para que promocione las tiendas que los traen a la isla. Marcas originales que saben lo importante que son los tígueres en esta vaina. Me comenta que es bisexual. Y recuerdo su insistencia de la otra noche, cuando quería que me tragara su semen. Me pregunta que si conozco el trap, le digo que sí y le explico rápido que… Él me sigue hablando de seguidores, que no se le nota lo bugarrón que es, del canal que quería hacerse en YouTube y de cómo unos amigos publicistas lo estaban ayudando. Me insiste. Vuelve a preguntar que si se le notaba que le gustaban los maricones. Entonces, tomo una de las velas que me regaló Yuleisy, ahí veo que todas son moradas, y se la paso con el único fin de que se esfumaran.

El tipo toma una en su mano y canta:

Ya eran las seis de la mañana
y mi novio me esperaba.
Yo me había ido de party
porque la calle me llama
le dijeron a mi socio
que yo ya no lo amaba
lo llamé al celular
y no me contestaba.
El perreo es intenso
sobretodo en la mañana
cuando está mi amigo Pedro
y se saca marihuana.
A mí la calle me llama
lo siento mi pana.
Yo no dejaré el party
toy enganchao nadie me saca.
Yo le escribo todo esto
esperando su llamada
por si algún día lo ves
le comentes que lo amaba.
Y yo no dejaré el party
toy enganchao nadie me saca.
El perreo es intenso
porque la calle me llama.
A mí la calle me llama
lo siento mi pana.
Yo no dejaré el party
toy enganchao nadie me saca.
Yo te pido mil disculpas
querido amor eterno
pero el reguettón es sobretodo
lo que llena de mi el alma.
A mí la calle me llama
lo siento mi pana
Yo no dejaré el party
toy enganchao
nadie me saca.


</p style="text-align:>

Estos eran los minutos de la contradicción. Era el tiempo de intentar entender por qué nos gustaba tanto el perreo y no los hombres que perreaban detrás de une. Prefieren morirse antes que dejar de perrear detrás de un moreno.

En eso me dice Luis: “Vamos”. Nos despedimos rápido. Gritan casi al unísono, con el sol en sus buenas: “Nos vemos más tarde”, yo pongo cara de sorpresa y Luis le responde mirando intensamente a uno de los dos: “Claro que yes, papi”.

Se van y nos disponemos a entrar a La Embajada.

 

 

*Capítulo segundo de la novela Chapeo

Elefanta Editorial | México D.F. | 2021

 


JOHAN MIJAIL baja

Johan Mijail

[Santo Domingo, República Dominicana, 1990] Escritor y performer. Estudió periodismo. En 2011 publica el libro de poesía ilustrada Metaficción y participa en la película Sister del Colectivo Lewis Forever de Berlín. En 2014 publica Pordioseros del Caribe y en 2016 junto Jorge Díaz del Colectivo Universitario de Disidencia Sexual (CUDS) Inflamadas de retórica. Escrituras promiscuas para una tecno-decolonialidad, ambos por Editorial Desbordes. Se ha adjudicado la Beca Migrante (2015) del Museo Nacional de Bellas Artes de Chile y la Beca Catalizadora de TEOR/éTica en 2020. Ha sido parte de las antologías Vivir Allá editorial Ventana Abierta (Chile), Inflexión marica. Escrituras del descalabro gay en América latina (España), Afectos y disidencias sexuales jota-cola-mariconas en la Abya Yala (México) y Sin pasar por Go. Narrativa dominicana contemporánea, compilado por Rita Indiana (México). Recientemente, participó de las muestras colectivas Todos los tonos de la rabia en el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (España) y Colirio en el Centro Cultural de España de Santo Domingo. En 2018 publica Manifiesto Antirracista. Escrituras para una biografía inmigrante, en 2020 la fanzine Santo Domingo is Burning por Catinga Ediciones, y en 2021 su primera novela CHAPEO, por la editorial mexicana Elefanta Editorial.