Animal de invierno | Lima | 2021 | 165 pp.
En esta nueva novela, Francisco Izquierdo Quea concibe a la literatura como un espacio de desarrollo vital, un campo de experimentación existencial organizado en dos líneas argumentales. La primera es la relación de pareja entre Germán y Claudia. La segunda desarrolla un asesinato literario protagonizado por Bautista y Matsahide, los amigos de Germán. Sin duda, la parte más lograda es la primera historia. Si bien no existe un trauma de pareja concreto entre Germán y Claudia, la narración de su fracaso destaca, porque el drama no se concentra en un punto concreto, sino se busca representar un derrumbe emocional a partir de la idea del desgaste.
Un aspecto destacado es el planteamiento de una historia literaria basada en el asesinato de un poeta relativamente conocido por sus talleres. Esto coloca a la novela en el plano de las historias metaliterarias. El crimen literario es un tópico conocido, pero la singularidad en este caso radica en el tratamiento narrativo. Eventualmente, se podría asumir como una línea argumental forzada si consideramos el protagonismo de la primera línea, pero esta historia potencia lo que ocurre con Germán, un personaje vinculado con los ejecutores de la violencia en la segunda línea. En este sentido, Matsahide y Bautista manifiestan la complejidad de la locura, un aspecto presente y reprimido en Germán, por lo que la actuación de ambos no puede ser asumida como gratuita ni exagerada.
En la novela, destaca la construcción ficcional de los acontecimientos vinculados con Germán y Claudia. Héctor, un personaje descomunal, funciona como un espacio corporal donde se concentra el drama de Germán y Claudia. Héctor diseña, matiza y proyecta la historia desde su punto de vista. Además, interviene en ambas líneas argumentales con una mirada que animaliza a lo humano o humaniza a lo animal. A nivel de la construcción del relato, condicionado por la tensión animal-humano, el punto de vista de Héctor genera un procedimiento literario complejo que podríamos ilustrar como la sanchificación del Quijote o la quijotización de Sancho. Por ello, la primera parte —y la quinta, en menor medida— es lo mejor de la novela por su unidad en todo sentido: en el tono, en la mirada, en las tensiones, en la construcción de los escenarios, en el relato de los acontecimientos, en la representación de los personajes, en el empleo del lenguaje y en la ambición narrativa.
En cuanto al equilibrio entre la estructura y el contenido, las dos primeras partes, narradas por Héctor y Claudia, respectivamente, son las mejores del libro por la construcción de escenarios y acontecimientos a partir de miradas íntimas. No se trata de la visión de personajes vinculados al arte, es decir, no manifiestan una visión “literaria” de la existencia, sino una mirada honesta sobre la vida. En general, importa la construcción de la historia desde diferentes puntos de vista. Precisamente, las cinco partes contribuyen a la construcción de perspectivas, a la multiplicidad de miradas clandestinas, todas ellas trabajadas con delicadeza y cuidado, pues manifiestan personalidades emocional y racionalmente diferentes en cada caso, es decir, no existen puntos de vista planos o acartonados.
No hay más ciudad posee un tono pausado y observador. Se trata de una mirada melancólica de la vida, como si los personajes, sobre todo Germán, estuvieran derrotados desde antes de comenzar a vivir. El desarrollo de sus vidas demuestra una marca de fracaso. Se trata de un tono logrado, pues funciona a lo largo de la novela, sobre todo, en las dos primeras partes. En este aspecto, la primera parte también es la más perfeccionada. La narración de Héctor recuerda el desarrollo inicial del cuento “El policía de las ratas” de Roberto Bolaño: el lector reconoce la condición existencial del narrador personaje luego de algunas páginas. Por su parte, la narración de Claudia destaca por su ingenuidad y su visión de la vida. La narración de Héctor es la mejor en general, pero la de Claudia es la más entretenida por su personalidad, su afán de experimentación sexual, su necesidad de encontrar amor y su inclinación hacia la independencia social.
El estilo del lenguaje contribuye a intensificar las acciones. Separar los comentarios de los personajes en guiones, necesario en algunos casos, no resta emotividad a la narración. Sin embargo, asumiendo el tono melancólico de la narración, engarzar los comentarios de los personajes dentro del desarrollo de las acciones es lo más conveniente y acertado en la novela. De alguna manera, el tono de la narración exige este tipo de diálogos. Sumado a los otros elementos, se trata de un estilo que convierte a No hay más ciudad en una apuesta singular y osada en la narrativa contemporánea, sobre todo, por materializar una serie de sensibilidades diferentes y concentrarlas en un espacio ficcional.
Lenin Pantoja Torres
[Lima-Perú, 1988] es bachiller en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, magíster en Educación por la Universidad de San Martín de Porres, y máster en Innovación Pedagógica y Gestión de Centros Educativos por EUCIM Business School de España. Asimismo, realizó estudios de Maestría en Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. También, se desempeñó como lector/redactor en la Dirección del Libro y la Lectura del Ministerio de Cultura. Por otro lado, ha publicado textos sobre literatura en las webs culturales Lee por gusto y El buen librero. Actualmente, es codirector de la revista de literatura El Hablador, administrador del blog Bitácora de El Hablador, y docente universitario en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas, en el Centro Preuniversitario de la Universidad de Lima y en la Universidad Tecnológica del Perú.