el problema es el aire
no la música en sí, sino
ahora, el puro aire agujero
que la va a sobrevivir
vale más como reliquia recordar
el rollo suelto en la polea
desgarrando el papel
sobre la marca y pensar
que quien la hizo debió hacerla
sin pensar, la nota nueva, que fue
nueva como el aire a la hora
de haber sido llamado
eso, minuciosamente aire
a un mm y medio
del martillo
el problema
no es la parte averiada ni la máquina en sí
como todo, el mecanismo
tiene compostura, aunque es caro
pero el aire, pero el aire...
es una cosa de distancias
calibrar y
perforar
los engranes se lubrican con paciencia
y con grasa
basta sólo alinear
la biela al eje
se presiona el pedal
se pone a punto el motor que pone el ritmo
y ya está
C'est ça!, ça va
pero la música se pierde
viene y va
uno la pide prestada
aunque es tarde
aunque te parezca tarde y ahora sepas
lo que cuesta empezar
tendrás que hacerlo
aunque seas un viejo gris
antes de tiempo
y no puedas distinguir un pliegue
tosco, una arruga en el papel
de la línea que divide los estados
el de ahora, el que fue
la vida vieja que dejaste alargarse
en las orillas
aunque ya no haya lugar
que sea tuyo en el mapa
tendrás que ir a toda prisa
y marcar tu geografía
como puedas
antes de que el mundo y la música
no sirvan
y te debas calibrar con las palabras
que te quedan
quedan pocas
no te hagas ilusiones
eso, tú
que corres la carrera
no lo sabes porque aún
quieres pensar que casi todo
lo aprendiste en la escuela
tú, que al escuchar una lección
de navegantes y viajeros dormitabas
y meneabas la cabeza
registrando cada tanto en el cuaderno
las medidas del cuadrante
una fecha, una inscripción
tallada en piedra
que pudiera serte útil adelante
adelante
a la hora de pasar la noche en vela
preparando el examen sin saber
cuál es la hora y el lugar
en el que uno se presenta
Un día, mirando a un buen jinete, mientras galopaba
velozmente junto a él, pensé, “vas tan despreocupado sobre
tu silla, que si el caballo se inquieta seguro caerás”.
Charles Darwin. El viaje del Beagle
y uno de ellos, un hombre
de unos treinta, treinta y tantos
de cuarenta casi, dice el hombre
que se monta en el lomo de un moro
muy violento, nervioso, todavía
sin domar, y uno de ellos, digo
un hombre —no soy yo, ni nadie
mío— monta, se le monta
para leer mejor la línea que se lee
cuando se cae, cuando uno pierde
el equilibrio que mantiene el cuerpo
firme, vertical, uno de ellos
me recuerda un día de julio
hace años, cuando yo también
subí, no a un caballo
sino a un cerro para ver
si desde ahí podía medirse
la distancia, una distancia que en teoría
representa el lugar
donde se curvan las corrientes
y se comba la canción y uno puede
escuchar alguna vez la voz que fue
que era todo en el momento cuando uno aún
creía, o quería creer que el mundo
no acababa de caber
en el papel, y no había necesidad
de resignarse a pensar que un hombre
cualquier hombre, más incluso
si es mujer, si una mujer te mira
y te monta para ver
quién cae primero
si los cuerpos se acoplan o se quiebran
al rodar por la pendiente de la edad
que pisotearon los caballos
ah, pero sé bueno, sé
flexible al escandir o
escanciar los pocos litros
que le quedan a la costa
sé paciente como el agua
que no espera que uno venga
para echarse a rodar en el rodillo
y repite
y repite una tonada
que no hay modo de tocar con las dos manos
sé maleable como el tiempo
de la música que vuelve
muchas veces
que tropieza en el borde de la tierra
muchas veces y es paciente
como el agua, a su modo, es paciente
porque nunca se repite
y no espera que uno venga
para echarse a correr
porque recuerda, no la música en sí
sino las manos de mujer
que la tocaron
sé elástico y ancho y rebelde
como toda la belleza que se extiende
y que nunca se repite porque sabe
que de ella no depende estar crecida
ni cansada de creer en las orillas
ahora, dices
es la música, ahora
que está aquí su orden
cierto, su presente de disparo
acertado, oportuno
para arquear el galerón
que nos envuelve
que sucede alrededor que está tan cerca
de decir de qué manera discernir
es distanciarse del objeto
ahora, ahora que estás sola
y tranquila
para ser tan tú
que tarareas tanto
tanto tu lugar ganado a tientas
en la sombra donde lates
sin nacer, a metro y medio
de la línea del comienzo
donde esperas todavía
que la música te diga si la línea
esa, allá, señala una latitud
o una latencia
* Inéditos
Ricardo Cázares
[Ciudad de México, 1978] es autor de los libros <> (Palas vol. 2), <> (Palas vol. 1) (Premio de Poesía Joaquín Xirau Icaza), Es un decir (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2013) y Drivethru (Editorial Compañía, 2008). Dentro de su trabajo como traductor destacan la primera traducción completa al español de Los poemas de Maximus y Poemas de Maximus IV, V, VI, de Charles Olson, así como la antología de poesía experimental Renacimiento de la Poesía Inglesa, los libros Estar con de Forrest Gander, Paz en la Tierra de John Taggart, Maleza de luz de Ronald Johnson, Recordando a William Carlos Williams de James Laughlin, Pedazos de Robert Creeley y Polvo y conciencia de Truong Tran. Es editor y miembro fundador de la editorial Mangos de Hacha. Actualmente es miembro del SNCA.