Tal vez en la espera | Pilar Adón

Gloria

 

Y ahí me veo. Tendida, en pie. Sobre un árbol curvo

que acoge grajos. Cuerpos trepadores,

cabeza alzada. Ojos cortos y bocas

que recalcan el tres. Perfecto el tres. Veces. Tres. Golpes.

Tres. Todo bien.

Hacia la distancia calma

(puerta que culmina en arco, chimenea)

de una deidad que se perpetúa y crece

prendida de un número. Pestañeando

con fe y devoción.

Aleteando.

Llevada por la liturgia de imaginar

cómo sería pasar la mitad del día

entre perros y nutrias. Veinticuatro animales

que no llegarán a junio

ni olfatearán el cese del frío.

 

Qué hacer después.

Buscar el original de la bestia. El ángel.

Ser único y astronómico. Ser excepcional que insiste

en la fuga ✔ tick,

el abandono ✔ tick: garrapata triangular

anclada a la carne de una vejez

que llega de repente.

La joven se hace,

la anciana despierta (espantada) y anhela seguir

como si estuviera viva. Cuando es ya lodo.

Una dama astilla

para la que todo son preguntas.

 

Aridez

 

Escribir mi nombre y seguir.

Cortar mi yo en la tierra. Y el vértigo

de cada desvío: Alice Springs.

Por no flotar. El desmayo

que me habita en la tráquea como una pitón

retorcida en nudos que no se sueltan

ni me sueltan.

El amor asociado al miedo. La vida-miedo,

el día-miedo. Y el vértigo. El tiempo y su tragedia.

El olor a tierra que queda lejos,

y la bestia

que me pregunta ¿por qué lo haces? Día a día.

Desmenuzarte. Permitir que el montebosque

sea inaccesible.

No fortificarte. En el sentido de ser piedra.

Raíz de árbol. Hueco de madriguera.

 

¿Cómo reconocerme, reconocernos,

tras la blanca mudanza?

Piel que vira en pellejo y resbala por el rostro abajo

en pliegues de pura vejez.

Grietas de una hondura verde

en las que podría alojarse un cuervo.

Y la sequedad. Carencia de lagos, luz real.

La aridez de cada alborada. El terror

que es pura entraña

en una fuente de la que solo mana el deber.

Fluyendo río Darling abajo.

Desatendiendo la advertencia

de que algo llega, alguien llega,

y se va con su adiós de Casandra desdeñada.

Sin el peso de la alforja diaria

que nos convierte en mulas.

Piel de asno. Esa niña. Un ojito.

Dos ojitos.

           Tres ojitos.

Dar la espalda y alejarse

por el sendero de los tulipanes y las cebras salvajes

silbando una canción inventada.

Las manos entretejidas. Harta de que mi definición

sea el miedo.

Mi acción, la inacción.

La creencia de que lo que se memoriza pasa a la carne

y lo que vive en la carne nos alimenta: Me from Myself —to banish—

Had I Art— (642)

 

Aquí sigo y aquí siguen

mi cabeza y sus sonidos ignorados.

Como si (también a mí)

me hubiesen escupido en la boca.

* de Da dolor

La Bella Varsovia | Madrid | 2020

 

 

 

Regalarlo todo. Cada prenda. Cada adorno.

Con mentalidad de pobre. Los dedos de harina

calentando el mismo tazón

y la sonrisa rota hacia la mesa

sin frutas ni flores en la fuente.

Sin estrenar nada, sin ambición de refugio.

Habiendo perdido la energía

y el asombro. Queriendo decir: «¿Por qué no vuelves a casa?»

Cuando lo sabe. Que volver a casa es el miedo.

Que la huida del día es el miedo.

La tapia de ladrillo y la llamada al timbre sin prever

si podrá entrar.

Cada mirada de hembra.

Cada preñez. El miedo.

El cuerpo que no se acostumbra

y que, lejos de aumentar,

reduce su tamaño y se parte en dos.

 

Ligaduras

 

El afán de cuidar. Lo irremediable de cuidar.

En el tiempo de cada mujer que se apresura.

no descansa, que lo hace todo.

Ahogándose en sí misma.

Que se levanta cuando los otros se agitan en su espacio

y enflaquece cuando los otros dejan de comer.

Cada paso adiós, cada separación,

un desamparo que niega el reposo.

Que se aplasta contra el esternón y se sostiene

en los años pasados y en la incertidumbre: ¿habrá más?

La piel pálida como madera de puerta

y las manos en asfixia

mientras cortan la carne.

* de Las órdenes.

La Bella Varsovia | Madrid | 2018

 

 

 

La salvación no está en los niños

ni en las palabras. Tal vez en la espera.

En el hueco de un primer tronco

que asciende estriado desde el suelo

hacia las ramas. Ratones por las paredes.

Despojos y rocas.

Se han visto zorros este año.

También lobos. Caza de octubre.

Las flechas sobre maderos

muestran las rutas de huida. A 2,5 km, el embalse.

A 4 km, el albergue de leños, madriguera.

Prohibido hablar allí de sombras, de culebras.

Golpearlas en el centro

y mostrarlas antes de lanzar al aire el palo

para que vuelen.

de Mente animal

La Bella Varsovia | Madrid | 2014

 

 

 

El silencio nunca es tan grande

como cuando algo lo rompe.

 

de Las órdenes,

La Bella Varsovia | Madrid | 2018

 


Pilar Adón baja

Pilar Adón

[Madrid, 1971] Ha publicado los poemarios Da dolor, Las órdenes (Premio Libro del Año 2018 del Gremio de Libreros de Madrid), Mente animal y La hija del cazador (La Bella Varsovia, 2020, 2018, 2014 y 2011, respectivamente). Sus poemas aparecen en distintas antologías poéticas, como Insumisas. Poesía crítica contemporánea de mujeres (Baile del Sol, 2019) o Sombras di-versas. Diecisiete poetas españolas actuales (Vaso Roto, 2017) y en revistas y suplementos literarios. Es autora de la nouvelle Eterno amor (Páginas de Espuma, 2021) y de los libros de relatos La vida sumergida (Galaxia Gutenberg, 2017), El mes más cruel (Impedimenta, 2010), por el que fue nombrada Nuevo Talento Fnac, así como Viajes Inocentes (Páginas de Espuma, 2005), por el que obtuvo el Premio Ojo Crítico de Narrativa. Ha publicado las novelas Las efímeras (Galaxia Gutenberg, 2015) y Las hijas de Sara (Alianza, 2003). Ha traducido libros de, entre otros autores, John Fowles, Penelope Fitzgerald, Henry James y Edith Wharton.