Balàfia Postals | Ibiza | 2021 | 247 pp.
Corrían los años 50 del siglo pasado cuando el puerto de Ibiza fue testigo privilegiado de la oleada de extranjeros que decidió hacer de la isla su nuevo hogar. Eran en su mayoría artistas atraídos por la virginidad y la calma de ese bello lugar en medio del Mediterráneo, por sus bajos costes o por el anonimato que, como refugio aún recóndito, el sitio les pudiera ofrecer. Sea como fuere, lo cierto es que tal comunidad foránea de pintores, escritores y pensadores se instaló junto a la población local, la cual desde su endogamia la observaría quizás entre curiosa y recelosa, para trastocar el paisaje tradicional con la corriente de modernidad, novedad e intelectualidad que toda ella trajo consigo. En este contexto se encuadran Frank e Ingeborg Schaefer, de origen alemán, que pisaron definitivamente suelo isleño en el año 1956. La pareja —él, pintor, luego conocido como Frank el Punto; ella, más tarde titiritera al frente de un famoso teatro de marionetas— pronto pasaron a ser parte integrante de la sociedad ibicenca y de su colonia de forasteros.
“Ibiza. La pequeña isla que tanto influyó en nuestros destinos…” son las palabras que, en una postal, Ingeborg dirigía por entonces a una amiga, completamente ajena al hecho de que el destino que mencionaba se convertiría en un siniestro fatum, pues su marido moriría consumido por una larga enfermedad y ella sería brutalmente asesinada en su casa de Dalt Vila cinco años más tarde, en julio de 1977. El libro que ahora reseñamos, Ingeborg. El crimen de las marionetas, escrito por Cristina Amanda Tur (CAT), gira en torno a dicho asesinato. No se trata, sin embargo, de una novela policíaca, sino del producto de un exhaustivo trabajo de investigación y análisis del macabro suceso, el cual, dadas la consternación provocada y, sin duda, la ausencia de resolución, pronto alcanzó el estatus de leyenda en el recuerdo colectivo. En consecuencia, se podría definir como una reapertura literaria del caso. En esta línea, la autora coloca ante los ojos del lector, de manera cuidadosa y pormenorizada, todos sus elementos relevantes, desde el descubrimiento del cadáver y el escenario del crimen, pasando por la investigación policial, hasta el planteamiento de las hipótesis que, en aquella época y desde diferentes perspectivas, cobraron forma —el placer de matar, la atracción sexual, una conjura nazi—. Y toda esta disección de lo acontecido desemboca en un esperado capítulo, aquel en el que la autora, formulando interrogantes, descubriendo detalles inadvertidos y cuestionando interpretaciones, presenta su personal reconstrucción de la escena. Es entonces cuando quien se halla frente al escrito no pude evitar caer en la tentación de aplicar sus modestas dotes detectivescas para extraer sus propias conclusiones.
Mas la obra de CAT no se detiene aquí, sino que, en su afán por desentrañar el misterio lo más posible y por, a veces, suplir la inevitable carencia de respuestas, ofrece no solo un fascinante retrato de la Ibiza en la que Ingeborg vivió —y murió—, sino también un rico despliegue de variados detalles que, a lo largo de las páginas, van modelando el universo de la malograda protagonista y, además, completan de manera magistral y cautivadora, su contenido. Así pues, de los recovecos de la historia surgen, entre otros, lugares como el hotel, restaurante y galería de arte El Corsario, centro neurálgico del grupo artístico Ibiza 59 y alojamiento predilecto de personajes de fama internacional; ideologías como el nazismo con su neutro asentamiento en la isla; personas, no por secundarias menos interesantes, que dejan una impronta de sus vidas —algunas más glamurosas, otras más mundanas— en diversos capítulos; e incluso la mención de otro escalofriante crimen, cuyas circunstancias bien podrían llenar las páginas de un nuevo libro.
Para finalizar, es preciso destacar el hecho de que Cristina Amanda Tur, escritora ibicenca que ya antes había navegado por aguas similares con títulos como El hombre de paja. El crimen de Benimussa y Sa Penya Blues. El crimen del minusválido, no permite que la figura de Ingeborg quede postergada tras declaraciones, investigaciones y sospechosos; su recuerdo, por el contrario, se halla muy presente en esta obra de estilo fluido y nítida prosa. La marionetista fue una mujer querida, totalmente entregada a su teatro de títeres, en cuyos cuentos para niños el bien siempre vencía al mal, un ensueño infantil que quedó diluido en el criminal acto de que fue víctima aquella noche estival de 1977.
Patricia Arriaza González
[Jerez de la Frontera, 1972] Licenciada en Filología Clásica por la Universidad de Cádiz. Actualmente es docente de lenguas y cultura clásicas en Educación Secundaria en el IES Sant Agustí, en Ibiza.