“Cartografía de lo invisible”, de Robert Baca | Francisco José Casado Pérez
Aletheya E.I.R.L. | Arequipa | 2021 | 100 pp.

Bajo la máscara de toda creación hay una reescritura en medida de las (re)lecturas (necesarias) hechas al objeto de estudio. Hua Chi, monje budista, se convirtió en noticia mundial gracias a que durante dos décadas rezando descalzo, ha dejado sus huellas, literalmente, sobre las tablas de madera del piso interior del templo de Tongren, provincia de Guizhou, China.

Sucede que el rezo del monje involucra arrodillarse y estirar su cuerpo hasta quedar postrado, boca abajo, en señal de devoción total. Dicho contacto repetitivo de la piel contra la madera es un intercambio bidireccional: la madera toma la forma de los pies, mientras el cuerpo del monje encuentra el ángulo, velocidad, tensión, entre otros aspectos para que su cuerpo de 70 años no se lastime y lleve de la manera más efectiva su oración.

En una búsqueda por Google: Hua Chi (花痴): Huā (花): Flor; Chī (痴): tonto; se puede entender como “amor obsesivo”: “limerencia”: “infatuación”: estado emocional/mental involuntario/inconsciente por causa de una atracción/pasión/adicción irracional/romántica hacia otro. Hua Chi ha honrado su nombre al rezar por 20 años en el mismo lugar hasta hacer de sus huellas un signo de su devoción que le garantice una transición sin sufrimiento en la otra vida. Se ha ganado la admiración de otros monjes hasta el punto de inspirar a que otros hagan lo mismo y dejen sus huellas en el piso del templo.

La madera aprende, el cuerpo aprende, ¿pero solo existe el resultado? ¿Qué pasa con los fracasos? Por ninguna página o vídeo de la cobertura se le pregunta a Hua Chi sobre los inicios de su práctica, las astillas, las quemaduras hechas callosidad. Importa solo la historia resumida que cubre el tiempo muerto entre notas de otros sitios “más relevantes”.

Encuentro esta premisa justa para presentar Cartografía de lo invisible (2021) de Robert Baca Oviedo (Arequipa, Perú, 1986), editado por Aletheya E. I. R. L., con la edición de Teo Pinzás, corrección de Elizabeth Bautista; diseño y diagramación de El Pasto Verde Records; colección dirigida por Augusto Carrasco y la dirección editorial de Ruhuán Huarca.

Robert Baca escribe/edita Cartografía de lo invisible, desde su estancia en Francia donde cursó los posgrados en Estudios Hispanoamericanos, Universidad Sorbonne Nouvelle-Paris, así como en Artes y Lenguajes de la École des Hautes Études en Science Sociales. No es casualidad que ello ocurra debido a que Perú y gran parte de América Latina tiene vínculos próximos al país galo, desde las Independencias, pasando por los modelos políticos y diplomáticos; las escuelas y artistas. Sin París, César Vallejo no habría viajado y escrito a la distancia siempre con el ánimo puesto en incentivar la luchar por el Perú que dejó atrás.

Escribir sobre el lugar de origen, fuera del mismo parece una impresión ilógica, pero necesaria; no cualquiera se atreve a salir, especialmente sin contar con los recursos para solventar dónde dormir, qué comer. Es justo la distancia el elemento clave para adentrarse a la obra de Robert Baca, ya que a través de su limerencia distante, ha logrado liberar su visión del Perú de preconcepciones y argumentos básicos muy arraigados para llegar al núcleo vital. En palabras de Teo Pinzás (2021, 8): “Cartografiamos, pues, nuestro fracaso desde sus síntomas, tanteando la oscuridad en procura de un desengaño que nos permita reconstruirnos de forma más próxima a lo que realmente somos (o creemos ser).”

Desde el primer punto, Baca advierte que el poemario no es sencillo, ni en su temática, ni su estructura al componerse de un “lento proceso, desde su costura en la experiencia verbal hasta la deformación en imágenes”, que no son una prueba de conocimiento, más bien, un examen a la memoria: la reescritura de los recuerdos.

Marianne, desde aquí ya no puedo apagar
El inmenso interruptor de las ciudades para contemplar el cielo,
desde aquí el Perú no es más que una cobija
donde los ríos muerden sus metros cúbicos
para obscurecer la densidad de los horarios
y el caos
se parece a un fruto que revienta
frente a la cotidiana aparición de las civilizaciones
que no han entendido hasta hoy
el color de la noche en el primer ardo,
la bifurcación de los mapas metales que imprimimos todos
                              ante la pesadilla de lo que pueda ya no ser,
un reino depositado entre las manos
donde estirar tu nombre no sea más que pedir
                                   la ansiada limosna de níquel
o retrasar este sucio milagro
                                             ante las primeras iluminaciones

                                                                          de la muerte.
                                                                                             (Ídem., págs. 25-26)

El poemario está dividido en cuatro segmentos como estaciones de un año: desde la incursión casi perpetua del mestizaje elitista sobre los indígenas desde el virreinato hasta el día de hoy; desde las esterilizaciones forzadas entre 1996 y 2001, el terror del partido Sendero Luminoso; hasta la cancelación del programa infantil Nubeluz a raíz del suicidio de su animadora, la dalina chiquita: Mónica Santa María “que sigue pesando / con el vaho de una piedra caliente en la memoria, / la culpabilidad de un poema / sin poder reconocer su rostro en blanco / durante la ebriedad de toda escritura,” (Ídem, p. 48)

La tragedia del Puente Grau de Arequipa: “Marianne, / ¿cómo se configura el horror de cualquier historia / que nos penetra con su aliento a llanta quemada? / ¿Cómo nos quitamos de encima ese olor / que nos viene hediendo por los siglos de los siglos / bajo esta bóveda desértica / que es la vida misma proyectada por la muerte?” (Ídem, p. 58); las víctimas del vuelo 251 de la aerolínea Faucett en un cañón de los Andes; la construcción de Arequipa a partir de un urbanismo eclesiástico; el ensoñar a Juan Santos Atao Wallpa, revolucionario quechua del siglo XVIII que buscó reinstaurar el imperio inca: “Y a toda señal que luche por no apagarse / le evaporaremos lentamente la vida / como si todos los afluentes […] hasta volverse unas cuantas nubes”. Así mismo, la siempre presente llamada a Marianne, representación de la libertad en el óleo La libertad guiando al pueblo (1830) de Eugène Delacroix que se encuentra en el Museo Lourve de París.

Entretanto, Baca hace una transfusión intra-verso de otros poetas en homenaje a algunos de los poetas peruanos más reconocidos por su calidad literaria como César Calvo, Martín Adán, Chabuca Granda, José María Arguedas, Blanca Varela; así como la apropiación de la Declaración de los Derechos Humanos sobre la igualdad y la frase de Jorge Basadre, sobre las dovelas de un arco en el mirador de Yanahuara, Arequipa. Cada una tan valiosa e importante en la lectura del texto al igual que los epígrafes y las dedicatorias que va repartiendo como flores a cada nombre.

Por último, algo que cabe destacarse de Cartografía… es que los interludios, los diarios negros, más que un quiebre de ritmo para la lectura, son un punto de reflexión que Baca aprovecha para cuestionarse, en distancia de sí mismo, fuera del Perú y su propia historia:

Una de las tantas imágenes que empezaron a perseguirme como fantasmas que salían de la lluvia estática de mi memoria para encarnarse en lo poético tiene que ver con un episodio en mi niñez: recuerdo a mi madre escapando a las justas de un rochabús en medio de los ambulantes en Víctor Lira, meses después de que José Hurtado Miller anunciara el Fujishock el 8 de agosto de 1990. (Ídem. p. 35)

Baca da cuenta que las tragedias y de los fallos son parte de la esencia nacional, así como de su propia poética, la propia desgarradura como una madurez imprescindible para no sucumbir:

“He aprendido a vivir así: con el impudor de abrirle la panza a la escritura y ver cómo estas ánimas se volatilizan hacia lo más alto del cielo” (Ídem. p. 54), con el objetivo de “Una reescritura eterna e inacabable. […] De nada servirá la escritura si no se la concibe en su finalidad alimenticia y proteica.” (Ídem. p. 55)

Baca antepone la poesía como esa válvula de escape, píldora roja, caricia que enjuga las lágrimas, solo que para ello habrá que hacer una inmolación drástica de todos los conceptos, distanciarse ontológicamente para notar las virtudes y limitantes que haría falta quemar en una fogata para calentarnos: “Este fuego azul e invisible con que las imágenes desde aquí solitas se incendian” (Ídem.); volver a cartografiar el país que subyace en el sueño.

Perú, poema por corregir; Perú, ciudades de pupilas vaciadas por la ceguera. Orgullo y Tradición no salvarán a Arequipa, tampoco la ingenuidad de ceñirse a un par de huecos tallados sobre el sillar. Habrá que ir más allá desta piedra, al hervidero, a la lava misma, al corazón de los volcanes antes de que tuviesen nombre. Habría que escaparse y (des)escribir […] (Ibíd.. p. 70)

Un reclamo por quienes han soñado y perdido (Efraín Miranda, Juan Gonzalo Rose, Martín Adán, María Emilia Cornejo, Alejandro Romualdo, Jorge Eduardo Eielson, César Calvo, Rodolfo Hinostroza, Luzgardo Medina, Pedro Félix Novoa) ante la mezquindad de decir que el arte no es importante para una nación, cuando es gran parte lo que hace ser más, dentro de “[…] las cuatro paredes que son este país en la resolana del mundo” (Ibíd. p. 92), en contra de “Ese desprecio sistemático, invisible y silencioso del Perú a sus habitantes sigue como una enfermedad inoculada en el brazo izquierdo de nuestros días […] Tantas, tantas muertes, tantas agonías, tanta miseria, y el Perú de espaldas a estas creaturas inservibles” (Ídem.)

Al final, Baca, lejos de todo sale a buscarse para resarcirse el propio daño que se ha tragado después de arremeter contra el dolor, la costra que dejó el fuego fatuo de su propia nación; se predisponerse a garantizar el fin del mundo y el Perú por el calentamiento global. Sentencia que parecería más que justa ante tanto que se ha hecho, pero que no deja un mensaje moralista de incentivarse en liderazgo revolucionario, Baca es solo el medio para mostrar que el Perú de Cartografía… existe, así como el Chile de pinochetista, la Guerra Civil Española; México 68; la Guerra de Bosnia; Costa de Marfil; Hong Kong; muestra que cada país necesita su propia Cartografía de lo invisible para desvincularse de aquellos tristes conceptos ya tan oxidados que pertenecen (si acaso) a una vitrina de alguna casa de empeños, un museo o en su defecto a las plantas de reciclaje.

De la misma manera que Hua Chi hizo a partir de cada rezo surcos en la madera con sus pies descalzos, Robert Baca, en cada relectura que se le haga a Cartografía de lo invisible talla en el alma la silueta de un Perú que sobrevive a pesar de sus virtudes y tragedias. Leer este libro es una pauta necesaria para tomar un poco de distancia de donde se está, de quién es desde donde viene y quemarse en llanto. Si se sobrevive, los pasos a seguir serán en justa medida un ardor de saber qué quiere hacer por su cuna, una vez que levante la cabeza lejos de las páginas que se cierran.

 


Bibliografía

Baca Oviedo, Robert (2021) Cartografía de lo invisible. Perú: Aletheya E. I. R. L.

Pinzás, Teo (2021) “Cartografía de lo invisible: un planisferio para desentrañarnos”, en Baca, Cartografía de lo invisible. Perú: Aletheya E. I. R. L.


francisco casado

Francisco José Casado Pérez
[México, 1990] Ha publicado en revistas digitales y fanzines latinoamericanos. Mención Honorífica del Premio Internacional Bruno Corona Petit de Poesía 2020; Ganador del I Concurso Literario Eiruku Ediciones 2021; y Premio Internacional de Poesía "Don't read" 2021.
Su primer poemario Para mirar los pasos (2021) fue editado por Escrúpulos Editorial.