“Poemas atómicos”, de Margaret Cavendish | Cecilia Gajardo
Descontexto editores | Santiago de Chile | 2021 | 160 pp.

La figura de Margaret Cavendish es tan particular como sus poemas, duquesa de Newcastle, nacida en plena revolución científica (siglo XVII), no solo fue escritora, sino que también creó una teoría de la ciencia: la única mujer en su entorno que dio su visión de mundo. En esa época la ciencia era más bien especulativa, de alguna manera Cavendish lo sabía, y prefirió hacer, fabricar poemas, que, de manera astuta, no deja de lado lo conceptual ni la ciencia por completo, pero lo que perdura son las imágenes “poéticas”. Habla de especulación, observación, sugiere algo que no la inmuta, no tiene dudas sobre ello, sobre la naturaleza y su modo de funcionar por sí misma. No puede decir que no ha escuchado sobre los temas que expondrá en sus poemas, de hecho aconseja no tomarlos como algo auténtico.

Juega con la falsa modestia o ironía, porque la poeta no está mostrando una exactitud, no comprueba si las imágenes que crean “sus propios átomos” (porque son suyos, están dentro de su óptica) están en lo cierto; están, en rigor, insertos en la ciencia como un postulado inamovible. Cavendish fusiona poesía y ciencia, asunto no menor en su época, sube —o baja, para sus contemporáneos— lo científico a un lugar de ensueño. Estos poemas están en un imaginario que, más que ser creíble —me atrevo hablar de credibilidad porque juega con la ciencia— nos muestran una fantasía del movimiento de una materia, por átomos que integran diferentes características y que forman elementos visibles; una flecha, por ejemplo.

Al recordar que estos poemas fueron escritos en 1600, aproximadamente, en un tiempo similar al de sor Juana Inés de la Cruz, pero tomando en cuenta el año en que nació, podrían ser palabras en absoluto sinceras, la ecuación es fácil y repetida, hombres científicos, mujeres ajustándose un corset. ¿Está malogrando su escritura? ¿Se pone el parche antes de la herida? Estos, por lo demás, recursos muy usados entre mujeres escritoras, investigadoras o arquitectas. En el El libro del agua se menciona: “Leonardo da Vinci hizo visibles los sucesivos pasos del despliegue, la precesión propuesta por Pacioli: el alzado de los sólidos regulares, aquellos mismos que, según Platón, son el principio, y base y fundamento, de todo y del todo […] forma y figura de todo el universo”.

De alguna manera da Vinci está uniendo la cadena de átomos, sólido, líquido y gaseoso, el todo, porque el átomo es lo más diminuto y la primera fase de la existencia de algo; antes de ser algo, existe el átomo, y la poeta lo sabe, pero a diferencia de Da Vinci, se hace su propia idea e imagen, por supuesto, a la merced de la poesía, de los átomos, por ejemplo, del agua y del aire como elementos que están elevados y no se “tocan”:

Los átomos largos, que producen las corrientes de aire
son huecos, por lo que toman la suave forma del aire.
Esto hace que el aire y el agua nunca coincidan
porque ambos están en el vacío.                                                                                 
                                                                                  (p. 39)

O como diría sor Juana, a partir de su imaginario, desde una seguidilla de gotas de agua:

Una gotera viva
Desangra las estrellas
De cuando en cuando
Las horas maduras
Caen sobre la vida.

 

Claramente, este no es un libro que ahonde sobre el átomo en sí, ni de invenciones o inauguraciones grandilocuentes. Si estos poemas son leídos como una mezcla de método científico o experimentación, no se encontrará nada similar, lo que se intenta —y logra— es romantizar y darle vida, darle una forma antojadiza donde el sentido superior es leer creación y no exactitud. Darle movimiento al átomo sin recurrir a la pura y dura ciencia. Con “romantizar” no me estoy refiriendo a la corriente romántica, obviamente, sino a la categoría que la autora adjudica al átomo, el cómo lo caracteriza, las diferencias entre la forma y contenido, la ecuación básica y compleja a la par de la literatura y, me atrevo a decir, también de textos no literarios.

El movimiento es lo esencial, tanto en lo que podemos ver como en lo que no, y todo se rige, para la autora, en el movimiento de los átomos y, desde ese postulado, los poemas dan al átomo la facultad de dominar todo lo que nos rodea. Incluso lo imaginario.

 


Cecilia Gajardo

Cecilia Gajardo
[Talca, Chile, 1985] Licenciada en Literatura Creativa por la Universidad Diego Portales (Santiago de Chile). Ha sido colaboradora en Ediciones UDP y Ediciones Tácitas. También participó en el segundo tomo de las Obras completas de Nicanor Parra (Galaxia Gutenberg). Ha publicado los libros Piel verano (Libros La Calabaza del Diablo, 2016), Sara Moncada (Editorial Carlos Porter, 2019) y en formato digital Plaquettes de cuarentena (Ediciones Tácitas, 2020). Sus poemas han sido publicados en diferentes revistas impresas y electrónicas. Actualmente, es docente de cine y literatura en la Universidad Santo Tomás.