Una calle | Yeniva Fernández

No sé cuántos años he pasado aquí. En un principio, llevaba contabilidad escrupulosa del tiempo, me aferré a la cronología como el único nexo que reivindicaba mi pertenencia al mundo de la avenida. Aunque, cuando recién ingresé creí que como máximo demoraría unas horas en salir. Pero eso no interesa, lo importante es escribir, ahora que he encontrado un lápiz y puedo ejercitar la palabra, hacer memoria del día en que entré... ¿o sería mejor decir en que partí?

Recuerdo que iba rumbo al paradero, luego de visitar una feria de libros. Caminaba feliz con dos novelas bajo el brazo y otra en las manos, leyendo de a sorbos, disfrutando del aire templado de la mañana. Todo era tan perfecto que decidí tomar un desvío para prolongar mi paseo hasta la próxima avenida. La ciudad aún dormía su resaca dominical. Solo esporádicamente una mujer con un bebé o un viejo con un periódico interrumpían mi camino, en el que por lo demás casi no reparaba, pues el texto me absorbía por completo.

No puedo precisar cuánto tardé en notar que la calle era ya muy larga, que su desembocadura no se divisaba y que hacía buen rato que no tropezaba con nadie. Observé a mi alrededor: lo único extraño era el silencio. Tuve miedo. Quise volver; pero en la cuadra anterior el panorama resultó exacto al que había dejado atrás. Casas como en serie, dos pisos, techos altos, cuatro ventanas. Todo repetido en sus detalles más nimios, hasta en los números de las direcciones. Doblé en una esquina y no hubo variación. A punto de enloquecer, recorrí paralelas y transversales, inmensas filas de cuadras como galerías, idénticas una tras otra. En una de ellas distinguí a un hombre agazapado en un portal, fui a su encuentro, mas al verlo de cerca huí. Siempre me han aterrorizado los locos y por su aspecto no pude pensar otra cosa. Vagué horas. Luego toqué puertas, primero con timidez, después a gritos. Por último, arremetí a patadas, a puñetazos hasta sangrar. Creía que existían seres humanos detrás de las paredes. Hoy sé que las casas están vacías y que nunca lograré hacer ni una leve magulladura en sus blancas fachadas. Ahora paso de largo y evito las ventanas. No quiero ver mi reflejo, con el pelo que se arrastra por el suelo y el cuerpo encorvado y semidesnudo. Ayer, o anteayer creo, una muchacha escapó al verme. Gritó y en su rostro pude ver la misma desesperación que imagino tuvimos todos cuando recién nos perdimos. ¿Cómo habrá llegado aquí? Tal vez buscando alguna dirección o quizás nada más exploraba. Vio una callecita estrecha, igual a miles, e ingresó, sin saber que la ciudad esconde lugares secretos, trampas para los distraídos. ¡Tonta! No la he visto de nuevo, debe estar escondida. La he buscado sin éxito, de todos modos, sé que la encontraré. Cuando el hambre venza al temor, la emprenderá lo mismo que nosotros tras el sonido de lo que suponemos un camión, aunque jamás lo hayamos visto y, sin embargo, constituya nuestra única fuente de provisiones. Al oírlo, en jauría corremos a su encuentro, mas siempre llegamos cuando ya se ha ido. Igual nos abalanzamos sobre la basura que ha dejado. La pelea es feroz. Por una botella vacía donde juntar agua de lluvia, a uno le arrancaron un ojo. De hecho, ninguno de los cinco que somos puede considerarse ileso, yo tengo la pierna derecha inutilizada. Luchamos, no solo es por hambre, o sí también es por eso, sino por rabia, por dolor, por desesperación. Y un gemido hondo nos envuelve a todos, igual que esta calle que nunca termina, que se reproduce, que vomita cuadras que no llevan a ninguna parte más que aquí mismo. Y entonces son patadas, mordiscos, cabezazos, palos, piedras, lo que sea. La furia del combate radica en lo que haya demorado el camión. Una vez tardó diez días. La negra ha empezado a gritar, todas las tardes llora y repite sin parar “¡ayuda, ayuda!”. Fuera de eso, no dice palabra. Con los demás tampoco es posible comunicarse. Una vez intenté hacerlo con el que creo fue el primero que vi, pero me respondió en un lenguaje tan incomprensible que no he vuelto a pretenderlo. La negra grita más fuerte. La muchacha estará asustada. Yo quiero encontrarla, preguntarle si tiene noción de cómo entró a este laberinto, algún detalle del camino, si dobló, siguió derecho, cruzó, en fin, no lo sé. Cómo alguien, cualquiera, se aleja de la avenida sin saber que ya no podrá regresar. Que al partir estará condenado a desplazarse entre los pasadizos de una calle infinita, inmaculada y silente. Atrapado en un enorme cementerio. Debo hablar con la muchacha, tiene que existir siquiera una pista. ¿En qué instante extraviamos el paso? ¿Cómo vinimos a dar a este ghetto? Durante todo este tiempo he tratado de establecer el momento en que ingresé a esta calle. Recuerdo que leía, pero de reojo podía ver las casas, iba con calma, nada cambiaba. ¿Dónde atravesé el umbral? La muchacha debe, tiene que recordar algo, porque si no, yo seré quien primero se lance sobre ella.

 


Yeniva Fernández

Yeniva Fernández
[Lima, 1969] Licenciada en Bibliotecología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Autora de los libros: Trampas para incautos (2009), Siete paseos por la niebla (2016), Los ríos de marte (2019). Cuentos suyos han aparecido en las antologías: 17 fantásticos cuentos peruanos: vol.2 (2008), Disidentes I: antología de nuevas narradoras peruanas (2011), El cuento peruano: 2001-2010 (2013), El fin de algo: antología del nuevo cuento peruano (2015), Arriba las manos: muestra del relato policial peruano (2016), Como si no bastase ya ser: 15 narradoras peruanas (2017), Turia-España: edición dedicada al Perú (2018), Más allá de lo real: antología del cuento fantástico peruano del siglo XXI (2018), Intervalos: 12 narradoras peruanas (2020), 21 Relatos sobre mujeres que lucharon por la Independencia (2021), El gusto de contar (2021). El Año 2021, fue miembro del Jurado del Premio Nacional de Literatura en la categoría cuento y miembro de la Delegación de Escritores Peruanos invitados a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México. Ha participado en Congresos y Encuentros sobre Literatura Fantástica y Literatura Escrita por Mujeres.