«Poesía fantástica», de Juan Andrés García Román | José García Obrero
Editorial Pre-Textos | Valencia | 2020 | 172 pp.

 

Afrontar la lectura de la poesía de Juan Andrés García Román (Granada, 1979) —y más una lectura crítica— exige cierto entrenamiento intelectual previo, pero también altas dosis de entrega, de predisposición al abandono a la potencia de una propuesta inusual. Quien se acerque, avance por su pórtico y franquee la entrada, tal vez después de vencer alguna resistencia —no es poesía de una sola lectura—, recibirá la recompensa de una poética (o poéticas) excepcional también por la dimensión de su generosidad, donde gobierna una imaginación poco frecuente en la poesía contemporánea, al menos en la española.

 

Poesía fantástica recoge una parte de su obra en curso desde 2007 a 2019, tanto editada como inédita. Es decir, el autor ha dejado fuera toda su producción anterior a El fósforo astillado (DVD, 2008), que no es poca. El subtítulo «Resumen primero» es otro gesto importante, pues apela tanto a la posibilidad de futuras entregas como a que esta recopilación ha sido una más de las opciones. De algunas de estos asuntos escriben Juan Carlos Reche y Erika Martínez en sus textos introductorios. Ambos coinciden en subrayar el rigor poético que mueve a García Román, alejado de las prisas que empujan a muchos de sus coetáneos a un excesivo culto a la fachada o a la inflación de mensaje. Por estos motivos, Reche lo define como “poeta raro”, también por atípico, por solitario en su generación y por ser un “poeta creyente”, debido a su fe en el poder transformador de la poesía. En definitiva, en Poesía fantástica se palpa la fidelidad a la principal regla que debería regir el oficio: la abolición del tiempo por parte del poeta, al menos en aquellos que, como decía Valéry, examinan y refunden su obra sabedores de que “cuanto mayor es la labor, menor es el número de personas que la conciben y la aprecian”; pero también la elevan más allá del vuelo de cualquier pájaro, hasta alcanzar el anhelado; el que, como dice en un poema, viene del paraíso.  

 

La propia arquitectura de Poesía fantástica tiene algo de recinto sacro, de páginas que nos pueden conducir, a través de sus propios mecanismos, a lo inesperado. Lo enmarca «Pórtico», donde Juan Carlos Reche sitúa la obra del poeta y traductor, seguido de la «Nota a la edición» de Erika Martínez, y lo inaugura un «Incipit», como en los antiguos libros sagrados, formado por poemas sefardíes inéditos en su mayoría. Tras estos, avanzamos por otras cuatro secciones que más que corresponderse con sus libros publicados, lo hacen con las sucesivas fases por las que García Román ha ido transitando y en las que, como afirma Reche: “entra, agota y sale de una etapa, esboza poéticas y al ponerlas a prueba fuerza las costuras de la poesía en español”. La última parte, «Máquina del tiempo», cierra de manera casi circular la propuesta general al volver sobre el tono y forma de los poemas del inicio.  

 

Los versos sefardíes de «Incipit» presentan una interesante paradoja: aunque están escritos en una lengua emparentada con el castellano y con una ortografía que podría dificultar su lectura, son los más inteligibles y reconocibles en un sentido clásico, consiguiendo, con aparente sencillez, una combinación de imágenes que además de belleza parecen penetrar en el misterio, como cuando escribe: “Unto tus ojos/ kon sombra del bosko/ para ke no amaneska.”; o con la fuerza telúrica de un versículo: “En el enves de los parparos/ sinyos de otros/ ke fizieron este mismo kamino i/ lo tatuaron/ para el peregrino:/ un serklo, una mano,/ una vela de agua”.  

 

La segunda parte la conforma «Cuadernos del apuntador» que, como señala Erika Martínez, toma el nombre del título que se le dio a la traducción italiana de El fósforo astillado. Hay un consenso bastante amplio, del que participa el propio autor, en considerar que este libro marcó un antes y un después en su trayectoria. A partir de su publicación, la crítica comenzó a reconocerle como una de las voces más rompedoras del panorama actual. Estos poemas responden al esquema de un ensayo general de teatro, con su historia, intrahistoria, personajes y sus correspondientes notas del apuntador —en ocasiones cercanas al aforismo— al pie de algunos de ellos. Este es todo el asidero del lector a lo figurativo, a partir de aquí, el fluido en el que nadan las palabras, con un pie en la corriente del subconsciente y otro en una mirada conducida por el trabajo intelectual del poeta (“El pájaro que canta entre dos luces”), dan lugar a un mundo en que la imaginación supera continuamente los límite de lo posible. Las influencias del surrealismo son dirigidas hacia unos versos que parecen nacer en un terreno inocente, incluso infantil, pero que poseen una intención alejada de lo inofensivo, como cuando afirma: “El primer rey era deforme;/ nació con una protuberancia dentro del cráneo que llamaron corona,/ pero esa deformidad le confirió poder”. Aunque si algo predomina es un impulso, sin cortapisas ni imposiciones, que le permite explorar y jugar con todos los registros posibles y eso incluye el sentido del humor, algo poco habitual en poesía, como deja patente en versos como: “¿El origen de todas las cosas, ¿cuándo ha ocurrido?/ ¿Y qué estaba haciendo yo mientras tanto?”. Más adelante afirma: “¿Entre qué despertar y despertar de Darwin/ le creció la melena a los leones?”. En otro poema escribe: “Porque un jersey tiene cuello,/ pero no cabeza. Está degollado./ ¿Cómo era la cabeza de los jerseys antes de que se la cortasen?”.  

 

En los poemas pertenecientes a La adoración (DVD, 2011), y que aquí aparecen recogidos bajo el mismo nombre, García Román da una vuelta de tuerca más en sus indagaciones sobre los límites del lenguaje a cuentas de una historia de amor y pérdida (“Un día te perdí y quise extinguirme como los animales grandes”). La exploración que emprende le lleva a la elaboración de una atmósfera que conecta con el subconsciente como lo haría Lynch o el Boris Vian de La espuma de los días, unas veces rozando lo trágico e inquietante y otras, lo naif: “Están solos en el patio de recreo y se divierten practicando el tenis nocturno, un juego sedante que se juega con dos espejos de mano y en el que hay que lanzarse el reflejo de la luna”, cuenta en un poema. «La adoración» constata que hay una herida entre el lenguaje y el objeto imposible de cicatrizar: “He pensado mucho en eso, en las cosas, cómo están quietas: palabras, expresiones, que han dejado de decirse y alguien rescata por azar”. Un rescate que queda en intento y cuyo fracaso es lo que finalmente queda plasmado en el texto.  

 

Bajo el título de «Neorromanticismo», García Román ha agrupado algunos de los poemas de su último libro Fruta para el pajarillo de la superstición (Pre-Textos, 2016) junto a inéditos del mismo periodo. Un concepto que habla de su creencia en las infinitas posibilidades de la poesía, en su función subvertidora de todo orden que impida el fluir de la belleza, como él mismo afirma en estos versos: “Flores hay como mundos,/ pero es la mariposa reparada con cinta adhesiva/ la que ha inclinado la balanza hacia la primavera”. También aquí se desatan las imágenes para crear, en una mezcla de irracionalidad, ingenuidad, humor y drama, el particular universo del autor, como sucede en esta descripción del poema “El burgués gentil hombre lobo”: “Eres muy feo, muy feo,/ tienes siete cabezas oscilando/ en el aire y en todas/ el mismo sueño perverso”; o esta canción infantil que remite a la tradición popular: “Hay novias que preguntan, le preguntan al viento/ ¿eres tú mi vestido? Mi vestido, ¿me llevas a la boda?/ Ay vestido ondeado, ay mecido y brizado, revolcado”. Una poética en la que esboza la posibilidad de lo imposible, de que “todo va a quedar abrazado”.  

 

Finalmente, «Máquina del tiempo», compuesto por diez poemas inéditos actuales, concluye —al menos por ahora— Poesía fantástica. Ese regreso a los poemas sefardíes se manifiesta no solo en el lenguaje, también en la recuperación del misterio que reside en la esencia, aunque incorporando elementos que evidencian su tránsito por las etapas posteriores: “Mírate, toda/ llena de arrrrruñazos”. En otro poema muestra su conexión con la tradición mística al decir: “Ojus de la color/ que gotea pupila/ de lo que falta”.  

 

Nos encontramos en Poesía fantástica con un autor inconformista, entregado a la construcción de su propuesta sin ceder un milímetro a lo accesorio, a lo que pueda apartarle de su misión. Un caudal que se nutre también de sus traducciones, entre las que destaca su reciente Floreced mientras: Poesía del romanticismo alemán (Galaxia Gutenberg, 2017). Esto unido a la exigencia que le lleva a revisitar y revisar permanentemente su trabajo, a no darlo por acabado, está en la base de uno de sus logros más relevantes: ser capaz de despertar expectativas con cada libro e impactar como pocos autores de su generación en los poetas más jóvenes. Un soplo de aire fresco que aunque vaya solo es siempre bien recibido.

 


José García Obrero

Foto: Javier Molina @DearMolina

José García Obrero

[Santa Coloma, Barcelona, España, 1973] Reside en Córdoba desde 1997. Es autor de Un dios enfrente (La Garúa, 2013); Mi corazón no es alimento (Ediciones En Huida, 2014); La piel es periferia (Visor, 2017), que le valió el premio Ciudad de Burgos y Tocar arcilla al fondo (Isla de Siltolá, 2021). Ha traducido Mal (Valparaíso, 2015) y la antología Penumbras (Godall, 2019), del poeta catalán Jordi Valls. También ha elaborado, junto con Elena Román, la antología bilingüe Joven poesía de los Países Catalanes / Jove Poesia dels Països Catalans (La Manzana Poética, 2020). Forma parte del equipo de redacción de la revista Caravansari y es colaborador habitual en el suplemento cultural Cuadernos del Sur, del Diario Córdoba.