Yulino Visual: Dos entradas en un cuaderno | Jorge Polanco

En la exaltación de la noche, buscando un bar clandestino, tropezamos con la casa del poeta Yulino Dávila. Veo encendida la luz de su departamento. Mi amiga Maca García, me incita y lo llamo. No contesta, pero al otro día me pregunta riendo sobre nuestra interrupción trasnochada. Hasta ahora, Yulino es el único poeta que conozco en Barcelona. Además, pinta unos cuadros surrealistas de gran habilidad técnica. Imagino la concentración, la minuciosa laboriosidad en los detalles. No sé si es comparable el silencio del pintor con el del poeta. Hay, en este último, algo perturbador en su mudez, una inquieta desconfianza en las palabras. ¿En el pintor prevalece una concentración que excluye el murmullo incesante de la lengua? ¿Poeta y pintor son incompatibles, a pesar de que ambos ocupen soportes similares?, le pregunto en broma a Yulino, tratando de descifrar un pequeño cuadro erótico ubicado sobre su escritorio, divirtiéndonos —como lo hemos hecho desde que lo conocí— con elucubraciones exorbitantes.

 

El párrafo anterior lo anoté el 2011.

 

Han pasado diez años. Y lo vuelvo a encontrar junto a Lupe. Gracias a Cristian Jara, presentamos mi libro Cortes de Escena, ocasión en la que llovió a chuzos. Llegó a la lectura un extraño alemán organizador de festivales. Este gracioso personaje hablaba en un argentino chamuyero, y era canchero. Viajaba por todo el mundo y escribía poesía; alguien me facilitó textos suyos traducidos en voceo que no comprendí. “Siempre hay un alemán en la lluvia”, comentó un amigo. Nos reímos como buenos “sudamericanos”, hablando en peruano, chileno, catalán y argentino alemán; vaya mezcla de voces y expresiones en un espacio sin origen o arraigo.

 

Era una ocasión festiva.

 

Muy pronto nos encontramos de nuevo y nos quedamos hasta la madrugada con otros patas peruanos, como si no hubiera pasado el tiempo. ¿Cómo entender estos lapsos? Me fijo otra vez en el cuadro. Hago memoria, vagamente, desde la primera vez. Creo que no es el mismo, aunque conserva el estilo de Yulino. Metamorfosis entre órganos y genitales, pelos de vaginas, figuras de un animal irreconocible. Erotismo sintetizado en pequeños fragmentos interiores del cuerpo.

 

La primera impresión que tuve, el 2011, fue relacionar estas pinturas con Dalí. Lo conversamos en una de sus famosas cenas; la recuerdo porque Yulino tenía sensaciones repelentes con aquel personaje que exigió un elefante para desembarcar en Cataluña. Un esperpento cada vez más ridículo, aunque la obra de Dalí tiene habilidades técnicas inobjetables. Si bien el surrealismo presenta estas derivaciones patéticas, también aporta a deformar y acrecentar lo que entendemos por realidad. Barcelona ha hecho de la vanguardia una adopción de formas y una relectura de su espacio urbano.

 

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Así entiendo el trabajo de Yulino. Su poesía y su visualidad se unen al registro de la ciudad y la captación del deseo. Quizás suene insólito: el barrio gótico y el Raval tienen esta fisonomía deformada surrealista, el aparataje de arquetipos que vienen de siglos, voces y prosodias de años en el encuentro de migraciones. Los dibujos de Yulino podrían funcionar como mapa insólito de la sexualidad y el espacio urbano. La transformación es un eje del surrealismo. Leonora Carrigton y Yulino conjugan en esta dislocación de imágenes. En el caso de la primera se trata de animales multiformes y a diferentes escalas. Yulino, por su parte, elabora cuadros pequeños, desarrolla una imaginación del detalle y la genitalidad compulsiva, cuya precisión es desenfocada por los títulos.

 

Si tuviéramos que construir constelaciones desde este lado del mundo (escribo actualmente desde el sur de Chile), Susana Wald y Ludwig Zeller entregan cierta parentela con el poeta peruano. Los tres exploran la sexualidad y las imágenes oníricas. Onírico quiere decir también el diálogo con lo soterrado, animal e inquietante de nuestra constitución zoológica.

 

El trabajo de Yulino con los pasteles y la destreza de pasar por las transiciones de color, muestra cierto carácter obsesivo. Esta técnica es compleja en el manejo minucioso de los materiales, usualmente considerada menor frente a la fetichización occidental de la pintura al óleo. En espacios y soportes pequeños, los detalles traen consigo la idea de creación como una compulsión del gesto. El trazo del dibujo, la repetición de la mano, indica el deseo que transita la hoja pintada o dibujada. Expande los pasteles y los saca de las referencias representativas de la realidad, liberándolos al juego de la imaginación. Poema y plástica se unen en esta experiencia decisiva que hace emerger la imagen desde un fondo insólito y desconocido. El juego entre dos miradas se une en la escritura que mira y la mirada que dibuja.

 

Otro escritor peruano, Julio Ramón Ribeyro, consigna también esta experiencia desde la lectura: “Al escribir, en realidad, no hacemos otra cosa que dibujar nuestros pensamientos, convertir en formas lo que era sólo formulación y saltar, sin la mediación de la voz, de la idea al signo. Pero tan prodigioso como escribir es leer, pues se trata de realizar la operación justamente contraria: temporalizar lo espacial”.

 

Tintares, es una serie de Yulino que tiene rasgos característicos respecto de otros conjuntos de su obra. En esta constelación asoman figuras “cadavéricas” o, mejor dicho, “disecadas”. ¿Cuál será la razón de esta percepción? ¿Los colores? ¿Las imágenes más cercanas a la gráfica? Da la sensación de que algo ha ocurrido; conserva el rasgo de órganos sin cuerpo —a diferencia del cuerpo sin órganos deleuzeano—, pero que tiene una aproximación mayor hacia la línea y, por ende, a la tinta. Es sugerente sopesar que esta preeminencia técnica incita a una cierta mirada sobre la firma. Es decir, un cierto aire ligado a la continuidad de la mano y sus figuras. “El movimiento de la mano que escribe sobre el papel —advierte Calasso— es una extrema, miniaturizada variante del de la mano que dibuja. Mientras que el repiqueteo de la mano que teclea se parece al de un reloj”. No sé si Yulino seguirá escribiendo en libretas o directamente en computador, pero la memoria de su mano se sitúa en un plano de libertad poética, cuya oposición a la transacción mercantil puede advertirse cuando la duración del dibujo y la letra se ponen en conjunto con otras imágenes. Repetición, duración, serie, trazos, letras, colores; conjunto heterogéneo de la expresión poética sin cuerpo determinado; órganos que se transmutan en deseos y metamorfosis.

 

Encuentro otro apunte en mi cuaderno, es del 2012: “Salud y bienvenidos”, escucho al sentarme y al ofrecerme un vaso de cerveza. Nos encontramos en un bar, afuera del MACBA: El nombre de un poeta asoma en la cartelera. Habría que ver hasta qué punto el diseño es poesía, le comento a mi amigo. Los ochenta —mumura Yulino—, lo que dejó la cosecha. Le pido que me aclare: diseñadores y artistas gráficos y que ahora andan pateando latas por las calles... Todo el mundo se dedicaba al diseño... era la Barcelona olímpica. Antes el "santo y seña" en las conversaciones, para romper el hielo, era preguntar: "estudias o trabajas"; muy típico y por la moda se cambió a "estudias o diseñas". ¿Una horda de poetas visuales en potencia?

 

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Es interesante esta entrada en el cuaderno, se la envío por mensaje a Yulino; digo interesante porque me recuerda el momento de la conversación y, por supuesto, sus dibujos. Hay muchos poetas a los que nos gusta la plástica y llevamos a cabo un diálogo con la poesía visual, aunque no reunimos necesariamente ambas prácticas en la misma página. Me da la impresión de que el término “poesía visual” está sobreexplotado.

 

Yulino es artista plástico y poeta, tensiona los dos registros; crea un dique entre estas necesidades expresivas y, con ello, establece implícitamente una interrogación sobre la necesidad inconsciente de separar dibujo y poema. Este índice crea una fisura; quizás nos plantee la duda sobre lo que ocurre entre tiempo y espacio en el eriazo inicial de la hoja. El recorrido de las palabras y las líneas de la representación.

 

Me gustaría ver un libro con poemas y dibujos de Yulino. Creo que esta mixtura se une en la misma persona a través de la mirada de la letra y el trazo; me recuerda los poemas de Celan que se integran con los grabados de Gisèle Celan-Lestrange gracias a la sugerencia, la evocación y los silencios. Imagino un libro de Yulino con un montaje preciso; solo con algunas imágenes, cuya vibración incite el desconocimiento de las figuras y la tensión con las palabras.

 

No tengo certezas, solo fantaseo y merodeo por aquel libro inexistente del Yulino ilustrado. Hasta el momento, pervive una distancia en sus publicaciones entre el surrealismo visual y las instancias creativas del encuentro poético de las letras. Quizás sea porque su búsqueda no es precisamente surrealista. En su escritura, lo veo cercano a Celan, a una poesía orgánica que va derrumbando la respiración y ocupando la prosodia de otra manera. También alcanzo a observar una tradición peruana del quiebre sintáctico; un cuerpo que, a cuenta gotas, sedimenta visiones complejas, traducciones imposibles, sabotajes y tanteos gramaticales. En la visualidad, sigue un camino paralelo de derrumbe, espasmos e infracciones, que dialoga con estas metamorfosis de las palabras.

 

Su pensamiento plástico habita la extranjería de la representación mimética; anamorfosis que nos lleva a sopesar los inicios y desbordes de la imaginación. Las marcas de un viaje que transita entre dos formas de la mirada.

 

Libertad: creo que esta palabra es la que mejor se aproxima a su trabajo entre la mano y el ojo. Es su “salud y bienvenidos”. Así llamaría el libro de mi amigo, donde los poemas y los dibujos conciten la celebración de un arte que no quiere llamarse ya arte. Parafraseo implícitamente a Vallejo, a quien no quise mencionar antes para no caer en la obviedad, aunque es notoria la relación en ambos creadores por el hambre de una forma orgánica y poética.

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Valdivia. 2021

 

*Véase también Mutantes digestivos,

artículo de Martín Guerra

 


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Jorge Polanco Salinas

[Valparaíso, 1977] Poeta. Ha publicado los libros de poesía: Las palabras callan (Altazor, Viña del Mar, 2005/ Provincianos, Limache, 2020), Sala de Espera (Alquimia, Santiago, 2011/ Funesiana, Buenos Aires, 2019) y las prosas Cortes de Escena (Isofónica, Santiago/Barcelona, 2019). Las plaquettes de poesía: Umbrales de Luz (Z poesía, Buenos Aires, 2006); Cortometrajes (Fuga, Valparaíso, 2008) y Ferrocarril Belgrano (Inubicalistas, Valparaíso, 2010); ha ilustrado el libro Las niñas del jardín, de Marian Lutzky (Conarte, Valdivia, 2020), entre otras publicaciones en revistas, antologías, plaquettes y ediciones en diferentes géneros y formatos. Ha recibido becas de creación literaria. Actualmente vive en Valdivia, al sur de Chile.

Yulino Dávila

[Perú] psicólogo social, escritor y artista plástico. Considerado como ‘miembro histórico’ del Movimiento Hora Zero, la más antigua vanguardia de Latinoamérica que sigue activa. Ha publicado los libros de poemas El Tratante (Lima, 1995) (Edición fallida, de brevísimo tiraje, que circuló básicamente entre los amigos), Hebras de Malasaña (Lima 1998, reeditado en Madrid 2012 por Varasek Ediciones), Monasterio de palabras (Lima, 2009), Fusión (Madrid, 2010), Tálamo y Escalpelo (Madrid, 2013), Sin ambages (Madrid, 2015), estos tres últimos editados por Amargord Ediciones y Disciplina del Caos (Valencia, 2018). Su poesía aparece en antologías y revistas de Latinoamérica y España. Tiene inéditos otros libros. Su obra plástica, (dibujos, pinturas y collages) se han expuesto en: Galería Acrópolis (Lima, 1975), Galería-café Casa Fugger (Madrid , 1987), Galería Edifor (París, 2006), Galería del Cinematógrafo de Barranco (Lima, 2009), Galería Café Habana (Lima, 2009). Algunas de sus obras han servido para ilustrar portadas de libros y discos L.P. Tiene una muestra permanente en su Factoría √-1 de Barcelona, donde también da clases de iniciación al mundo culinario a jóvenes “Erasmus".

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