«Síntoma» de Valentina Viettro | L.M. Hermoza

Sujetos editores | Uruguay | 2022 | 90 pp.

Contamos con la utopía y la distopía para configurar nuestras fantasías sociales. Con la primera nos permitimos imaginar nuestro futuro como sociedad proyectando el presente hacia una serie de posibilidades bondadosas; mientras que con la segunda nos ocupamos de nuestro presente, poniendo en evidencia los temores y las pesadillas que este nos despierta. Si una se convierte normalmente en la luz que ilumina el sendero por donde nos dispondremos a avanzar para alcanzarla; la otra, más bien, nos advierte sobre los peligros de nuestra actualidad convirtiéndolos en el escenario del que debemos huir o evitar. Aunque más futurista parezca siempre la distopía, no escenifica ningún futuro sino, más bien, un presente exacerbado.

No obstante, la realidad supera la ficción; por ende, cualquier distopía. Un ejemplo casi fresco lo representa las circunstancias globales que padecimos con la epidemia del Covid. Cuando a finales de 2019 conocimos una nueva enfermedad para la cual nuestro sistema inmune no estaba preparado, pocos podíamos imaginar que pasaríamos a habitar por algunos años en el decorado de la peor o mejor obra distópica. Casi toda la humanidad “en guerra” contra un enemigo fantasma, encerrada en cuatro paredes, por el bien y la paz social, presenciando cómo individuos, cercanos o no, desaparecían en condiciones, hasta entonces, insólitas; mientras que los que permanecíamos aún con vida debíamos descargar en nuestros teléfonos permisos o certificados de vacunas que nos permitieran atravesar puertas de supermercados o salir a correr o pasear al perro. Tuvimos miedo al contacto con el otro. Nos sentimos víctimas y a la vez verdugos del mal.

Parece que ya hemos olvidado toda esa tragedia que traumatizó nuestro inconsciente colectivo hasta sabrá el diablo cuándo. Por esta razón, ya con el paso del tiempo, es pertinente volver a ese escenario a través de la literatura y el arte con el fin de revisar nuestros comportamientos y actitudes, porque, no hay que olvidar, por mucho que pueda sorprendernos mirar hacia atrás y focalizar ese momento, todas esas extravagantes circunstancias que vivimos fueron condicionadas por comunicados oficiales y reglas que fueron dictadas por los estados y que acatamos como borregos. Tenemos que aceptar, pues, nuestra parte de responsabilidad de toda esa histeria.


De esto se ocupa la escritora uruguaya Valentina Viettro, radicada en Marsella (Francia), en su libro Síntoma (Sujetos editores, 2022), aparecido una vez finalizada oficialmente la pandemia. Sin cubrebocas, a diferencia de toda esa fiebre de publicaciones inmediatas de todo tipo y calibre que aparecieron (desde literarias, filosóficas, sociológicas, hasta pedagógicas) ni bien el bicho desembarcó en occidente, que parecían sobre todo responder a una necesidad y demanda del mercado (editorial), en su libro, la escritora representa en forma de autoficción, más cercana al testimonio o al diario, el espectáculo que todos conocimos y ya, una vez que superamos, cada uno a su manera, podemos comprender. Es lo que nos permite empatizar con el personaje principal del libro, que por más extraño que nos parezca lo que relata, por más distópico que se pretendamos entender las vivencias que cuenta, su contexto y circunstancias, no dejan de ser sucesos y emociones que experimentamos y nos trastornaron también a nosotros, los lectores.

Así pues la protagonista, una mujer soltera expulsada de la capital a una pequeña ciudad de provincia, busca concretar un “proyecto de vida autónoma” con un tal Mark, pero es víctima, como todos, de las circunstancias del encierro forzado. Y así como “la pandemia fue un argumento para encerrarnos”, el encierro resulta ser una justificación, o al menos la causa, que nos hace reflexionar y cuestionar nuestra historia personal y social, nuestros mitos y narrativas sociales. En la primera mitad del libro, se percibe la tensión de la protagonista al enfrentarse a visiones y vivencias de lo más insólitas naturalizadas de manera vertiginosa por las circunstancias, extrañas pero verosímiles, que cambiaron nuestro estilo de vida casi de un día para otro. En consecuencia, nos hipersensibilizaron o permitieron que nuestra sensibilidad se reactive o se reinicie. La protagonista, asimismo, sufre, en paralelo a como cambian las cosas, una transformación que afina su percepción, la que le facilita ir de la sospecha de “debe haber tantas cosas ocultas en mi ignorancia” a cuestionarse por “¿cómo ver lo desconocido?”. Algo que no es otra cosa que un camino hacia la lucidez.

La realidad, cada vez más grotesca y absurda, encuadrada dentro de los límites bien estipulados de las nuevas normas de un estado controlador y, en apariencia, omnipresente, no esconde sus fisuras que la protagonista aprovecha para poner en duda ese mismo sistema y sus grandes verdades, así como para crear nuevas formas de comunicarse y relacionarse con la poca gente con la que cruza miradas por la calle o desde su ventana y, asimismo, vivir experiencias tan insólitas como solo los momentos insólitos propician. Las personas con las que interactúa son tan fantasmagóricas e irreales como una reunión de trabajo por videoconferencia, desde un cuartucho que con un fondo de pantalla puedes convertir en mansión. La idea de la realidad está en juego y no solo aquella que nos contaron sino también aquella que creímos conocer: nuestra realidad particular, nuestro mundo. La rigidez de las verdades se debilita, lo que nos facilita la suspicacia hacia todo lo que percibimos.

El ejercicio de desconfianza y de cuestionamiento de la protagonista hacia su entorno cercano y las verdades de su sociedad la llevan a problematizar grandes conceptos como, por ejemplo, la libertad de movimiento en el encierro. Una paradoja que conflictúa la idea misma de libertad y que es la gran contradicción de la libertad moderna. La protagonista quisiera ver que en las circunstancias que sufre, no solo ella sino todo el mundo, los orígenes, las fronteras, los papeles y pasaportes pierden importancia hasta extinguirse; pero no, se trata solo de una ilusión que alegra su discurso, ya que, en el fondo, ella sigue sintiéndose, o se siente precisamente por esas mismas circunstancias atípicas, más inmigrante que nunca, habitando un espacio pequeñísimo que alquila e imagina suyo.

Por un momento, la "crisis sanitaria" nos hizo ser un número o código que habita un espacio del que incluso nos fue prohibido movernos. Por esto mismo reafirmó aún más nuestras condiciones. Fuimos más pobres. Más ricos. Más miserable. Más privilegiados. Más franceses. Más peruanos. Más europeo. Más extranjeros. Más naturalizados. Más dependientes. Más protegidos. Más inmigrantes. El punto de referencia, como siempre, será el otro, la comparación con el casi próximo. Volvemos a la gran sentencia que dicta que todo debe cambiar pronto para continuar siendo igual; aunque esta vez podríamos agregar para reafirmarse. Un giro efectivo que sirve para explicar que jamás dejaremos de ser los mismos que, como aquellos, vamos a la parte alta de la ciudad y afirmamos: "desde la cima, el mundo se sigue viendo bien".

Encuentro otra paradoja de la propuesta de Viettro que cuestiona, esta vez, nuestro deseo o nuestra tendencia a querer leer Síntoma como una distopía; porque lo parece. En Síntoma, la distopía queda problematizada por el hecho histórico que, valga el acotamiento, fue real. No hay que ignorar que la definición “oficial” de "distopía" señala la ficcionalidad de lo representado como un factor esencial. Es cierto que la distopía se construye sobre elementos extraídos del presente; no obstante, es sobre estos que se levanta el imaginario de la narración distópica que al ser una proyección del presente lo evoca, pero no concuerda con él. Cuando la realidad alcanza la distopía (así como la utopía: recuerden lo utópica que fue en su momento la idea de volar hasta llegar a la Luna o Marte), esta queda naturalizada y, por lo tanto, anulada e incluida en nuestro horizonte de lo realizable o factible: desaparece. Viettro no inscribe, pues, Síntoma en la tradición de la literatura distópica, más bien, parece recuperar la experiencia estética de ancho arraigo en la literatura sudamericana, especialmente en la más austral, que se encarga de impregnar la realidad de verosímiles experiencias desnaturalizadas, de resaltarlas, enfatizarlas, haciéndonos reparar o prestar atención en cuán irracional o fantástico puede ser lo real. Nos referimos a la tradición literaria de lo real maravilloso, estética que es conveniente para comprender y, en especial, condescender con la sucesión de acontecimientos que vivimos, cada uno más absurdo y anormal que el otro. Cabe recordar que la teoría de lo real maravilloso se esmera en resaltar los hechos inverosímiles, irracionales y fantásticos que conforman y abundan en la realidad y pasan, por lo general, desapercibidos ante nuestros ojos, precisamente porque los hemos naturalizado. Es precisamente la experiencia estética que propone Síntoma en donde la narradora, debido a las circunstancias tan atípicas como reales que vive, así como experimenta que lo real está plagado de elementos o sucesos atípicos y extraordinarios, reconoce que son las circunstancias, el contexto y el entorno los que determinan su recepción y su grado de naturalización. La normalidad es solo una convención.

Imagino, pues, a Valentina Viettro, como un personaje de Síntoma, aferrándose a lo fantástico de su realidad, en donde sea que haya pasado los dos, tres, cuatro o enésimos confinamientos que le tocaron vivir, tratando de organizar su experiencia con la lógica del realismo mágico, para no caer en la desesperación que produce la frustración de lo irracionalmente lógico en todo logocentrista; es decir, en todo occidental; es decir, en nosotros. Escribiendo. La imagino sobre todo escribiendo Síntoma para poder sobrevivir y hacerlo con la esperanza de recuperar la cordura cuando, en un momento indeterminado, hayamos recobrado la (nueva) normalidad y tenido la oportunidad de ser tan normalmente nuevos, de nuevo.




LM Hermoza en OJOXOJO.XYZ

L.M. Hermoza
[Trujillo, Perú] Es licenciado en Filología Románica, Máster en Letras y Máster en E-learning. Ha vivido en Perú, en España y Francia. Lideró la Agrupación cornelista: por un planeta sin humanos, con la que publicó fanzines y realizó recitales y performances en Barcelona y París. Dirigió la revista de literatura La Siega. Co-dirigió 2+. Formó parte del consejo de redacción de la revista Paralelo Sur. Ha publicado, en poesía, La trilogía del signo (2021), que reúne sus tres libros de poesía aparecidos en ediciones ultralimitadas en Londres, Ciudad de México, Lima y Mánchester. En narrativa, ha publicado la novela La madre rata (2020), cuya versión preliminar quedó finalista en dos concursos. Codirige OJOXOJO.XYZ. Más información: lmhermoza.net.