Editorial Anagrama | Barcelona | 2020 | 344 pp.
pequeñas mujeres rojas es la historia de una investigación criminal. Así parece presentarnos Marta Sanz su última novela de 2020. Podríamos considerarla sencillamente como la continuación de una trilogía de género negro [1] iniciada con las anteriores andanzas del detective español Arturo Zarco y en las que ya aparecía también su compañera y pareja sentimental, Paula Quiñones. Sin embargo, este simple y predecible horizonte de expectativas del lector de las novelas de Sanz, o de este género, se romperá de manera inusitada desde la primera página. Marta Sanz coloca balizas, avisa a navegantes, inaugurando la novela con un texto de quien es el maestro indiscutible del género patrio, Manuel Vázquez Montalbán, pero eligiendo sin duda un texto heterodoxo, inesperado, extraño, no normativo en este contexto literario: un poema. En concreto un poema perteneciente al libro Una educación sentimental que Vázquez Montalbán publicó en 1967. Y nos tomamos en serio el aviso ante posibles Escillas y Caribdis y decidimos revisar mapas antes de continuar navegando. En el citado poemario de Vázquez Montalbán se exploraba el espacio de la memoria. La memoria de aquello que se vivió y se recuerda y, a su vez, de la memoria de los otros, que nos es transmitida a través de la palabra, de la narración, de lo contado. Se nos cuenta para recordar o para no olvidar. El poema “SOE” (“todos sufrimos, todos matamos, alguien recordaba…”) nos está indicando el rumbo adecuado para la navegación textual: esta no va a ser una investigación criminal al uso, nacida del molde de las convenciones y el canon propio del género. Ni tampoco el protagonista será la prototípica figura masculina de antaño. Ni la acción, ni los episodios intrigantes van a desarrollar la línea narrativa de lo que acontece. No. Se rompe el horizonte de expectativas, se quiebra el modelo. Y se nos está avisando. Desde la primera línea todo será narración, pero narración de otro. Un otro que quiere ser escuchado, un otro que piensa, siente, y padece desde un lugar descentralizado y se dirige a un interlocutor externo, fuera de su propia localización espacial y vital. De este modo comienza a abrirse un texto en el que los primeros personajes en tomar la palabra, los primeros en hablar, van a ser los muertos (y hay que “leer despacio” [2]). Aunque solo están presentes las voces de estos, porque los cuerpos están en otro lugar, sepultados en sus fosas y solo podemos escuchar lo que nos dicen desde allí (Nosotros éramos oriundos y también éramos de otra parte. Somos los niños perdidos y las mujeres muertas. Dios no existe —damos fe de ello— y nosotros aquí andamos siempre sonrientes. Sabemos un montón de cosas (…) Vigilaremos a Paula, la protegeremos, tal vez le hablemos mientras esté soñando (…) remotas voces que se metalizan por nuestros agujeros de bala, voces azules como nuestros dedos al principio, pero voces que serán sobre todo rojas, como el pimiento morrón: Voces rojas, amarillas, moradas. (…) No la abandonaremos ni de noche ni de día. Somos los niños perdidos y las mujeres muertas que le acariciaremos los labios y le provocaremos sed, angustia, calambres cuando lleguen los peligros. Nuestra ayuda no le servirá de gran cosa).
Con esta prolepsis de oscuro auspicio, las voces nos presentan a Paula, personaje que iniciará toda la acción, y precipitará una sucesión de hechos determinantes. Paula será la mujer que llega al pueblo de Azafrán para trabajar en la investigación de las fosas comunes de la Guerra Civil (He venido aquí a establecer un nexo entre las pobrezas que persisten, por debajo del oropel, y las novelas de la Guerra Civil que aún tienen protagonistas ambiguos) Y es que bajo el nombre de Azafrán para Paula, como ella misma señala, se esconde el nombre más certero de “Azufrón”. Bajo el aparente oro de la flor, Paula percibe un hedor diabólico (donde a veces las riquezas son el pago por los servicios prestados). Pero a Paula tampoco la vemos. La narración que nos hace es a través de una relación epistolar y especular con su amiga Luz, a quien relata lo que ve, lo que siente, lo que piensa. Paula también se nos presenta ambigua. Paula y Luz son otras voces, que se unirán al corifeo de los muertos para narrarnos lo que serán la historia y la intrahistoria. Lo que sucedió, lo que sucede, y lo que sucederá. La novela presenta una estratificación narrativa que refleja la propia estratificación del terreno explorado, en el que aparecerán superpuestas diferentes capas de víctimas sepultadas. Las primeras víctimas serán las de las fosas, en el nivel más profundo, víctimas de la Guerra Civil, a las que Paula viene a buscar y desenterrar. Las segundas serán los muertos en vida, las otras víctimas de la represión franquista y sus consecuencias, y que progresivamente, con las indagaciones de Paula, se irán descubriendo. Y en el último estrato, las víctimas del presente narrativo. Las víctimas propias de la novela negra: los aparentes suicidas, los secuestrados, los asesinados en tiempo real, cuya investigación será el objeto de la última fase de la novela, donde Paula se transmutará en un personaje distinto. Los estratos narrativos se superponen porque sin conocer la Historia (los muertos de las fosas) es imposible comprender las redes de los personajes en su intrahistoria, sus motivaciones, sus acciones y las consecuencias de estas. Los vivos crecen echando raíces sobre el terreno en el que están sepultados los otros. Y sobre esos otros, las víctimas que alzan la voz, se construye la primera parte de la novela. La primera parte de la Historia.
Paula, la protagonista, a la que conocemos también a través de un relato, mediante la transcripción de las cartas que ella le escribe a Luz, llega a “Azufrón” para realizar su trabajo, y allí se hospedará en una gran casa que hace las veces de hostal, regentado por la familia Beato. Jesús Beato (nombre revelador cargado de feroz ironía) es el patriarca del clan. Bajo su apariencia de anciano bondadoso y frágil, Paula intuye que se esconde alguien distinto. Se le describirá después como el que fue, el “barbero de ojos rojos de ratón”, un “Sweeney Todd” (del que ya sabemos qué se puede esperar). Las intertextualidades [3] en la novela son constantes y actúan como pistas o prolepsis de aquello que puede suceder, aumentando el suspense propio de la novela negra pero solo para un lector culto, avezado, que sabe leer entre líneas [4]. Este primer bloque es el que nosotros percibiríamos como el de la novela histórica, donde, como dijimos, los protagonistas están ambiguamente ausentes y de los que tenemos noticias gracias a las voces y a los relatos, pero cuya presencia es también incuestionable, porque siguen allí, "la carne nunca muere” (Mientras perdure una sola partícula de lo que fuimos, incluso desde el estado de ceniza o transformados en celuloide, seguimos hablando). Comienza, con constantes flashbacks, el relato histórico, la guerra donde el abuelo Jesús, el barbero, tendría veinticuatro años. Y es Paula la que consigue las llaves para abrir el relato, como la Alice in Wonderland que será antes de caer por la madriguera… Paula primero será grande para después pasar a ser pequeña. Pero gracias a ella y sus indagaciones es cómo llegamos a saber: “Qué pasó. Qué había pasado después. Quién era quién”. Se nos irá presentando la genealogía de Beato y otros personajes cercanos a él. Sus relaciones, sus vínculos, la familia, los pecaminosos incestos, los que fueron consanguíneos y los consanguinarios. Porque “no todas las familias son iguales”. No. Y de nuevo toman la palabra los muertos en la novela a través de un “Poltergeist” (capítulo 2).
“Hay cosas que deben ser olvidadas a la fuerza y otras que deben ser recordadas para siempre con la misma intensidad” (…) Gernika. Carretera de Málaga a Almería. Madrid capital de la gloria y el dolor. (…) Un pueblo con dignidad ha de saber dónde están todos y cada uno de sus muertos. Quiénes los mataron. Cómo.”.
Y esta es la investigación que llevará a cabo Paula, y a su vez Marta Sanz. Ambas observan los hechos acaecidos en la Guerra Civil con su lupa porque si acercas una lupa a algo sencillo, lo sencillo se transforma en un sofisticado mohair. Todo bajo una lupa se arruga y multiplica. Se deforma y a la vez se vuelve exacto. Así la novela: una transposición de lo acontecido históricamente. Un sencillo ejercicio de comparación que muestra la certeza de unos hechos y unas consecuencias. Asesinatos selectivos que se multiplicarán en nuevos asesinatos. Hasta que alguien, en algún momento, se decida a poner fin a la cadena y saque a la luz los asesinatos, los muertos, y desentierre los cadáveres para llegar al estrato necesario de las flores.
A los descubrimientos de Paula les irá dando luz [5] su interlocutora epistolar, la que está al otro lado, la lectora. Los datos sobre la familia con la que Paula convive, sus sospechas, sus pesquisas, irán poco a poco, a esa luz del que lee, desenterrando lo oculto, hasta llegar a lo más profundo y oscuro. Y Sanz, a través de la imagen de la familia Beato dibuja la metáfora de la Guerra Civil, el modus operandi de los sublevados, que repetirán en el futuro los mismos esquemas fratricidas. Oculto tras la máscara de la bondad, el beato, el más santo, el más justo, es descubierto como un impío delator. Otra metáfora probable del nacionalcatolicismo y cómo la delación reordenaba la realidad marcando desde el poder el nuevo orden. Los vivos alimentados por aquello que habían dejado los muertos. Porque los personajes de los que se narra su intrahistoria viven sobre un cementerio lleno de flores, que como las rosas de la reina de Alicia en el país de las Maravillas, estaban teñidas de rojo, del mismo rojo que la sangre que brota de los sacrificados por las dementes órdenes de una reina cruel. Porque en la novela los personajes centrales son femeninos [6]. Son ellas las que mantienen el orden de la familia, de la colonia, como pequeñas hormigas rojas bajo la tierra. Y esto no es casual. Paula Paule, Paulette, Paulina, Paola, Paulova, (en todas las lenguas, Paula significa pequeña. Minúscula paloma en este pueblo de picos de avestruz y garras de pterodátilo) es la mujer pequeña que desentierra lo grande, porque toda la historia es una historia de muertos y pájaros, y alguien tenía que descubrir que bajo la rábana no se ocultaba un piano sino un ataúd. El resto de los personajes que mueven la acción en la novela son también femeninos. Se sitúan alrededor de un patriarca ya inmóvil pero son ellas las que continúan ejerciendo el mismo mecanismo del abuso, el crimen, bajo el mismo silencio y ocultación. Frente a las mujeres arpías, de garras y picos afilados, las palomas y las tortolicas [7].
La novela parece responder a una estructura en quiasmo: comienza con una investigación para desvelar crímenes (de guerra y posguerra) para acabar con unos crímenes en presente y las investigaciones posteriores que desentrañarán los nudos de los dos hilos paralelos, los de la Historia y la intrahistoria. La segunda parte de la novela será la novela negra en sí. La búsqueda de los asesinos del personaje de Paula. Pues ella será la víctima. El centro que actúa de bisagra para relacionar las dos partes de la novela. Transcurrirán nueve años desde su muerte hasta que Luz consiga averiguar los motivos por los que Paula fue asesinada, y quiénes fueron sus matarifes [8].
Las heroínas y las víctimas, representadas todas en el personaje de Paula, eran a su vez pequeñas, mujeres, rojas. pequeñas mujeres rojas. Ya señalamos al comienzo que la novela de Sanz era la historia de una investigación. Pero fundamentalmente investigación histórica en la que se pretende sacar a la luz todo aquello que fue enterrado e intencionadamente olvidado por algunos, porque se puede matar dos veces, matando el cuerpo y la memoria. Sanz señala muy certeramente a este respecto: “Nos hemos dado cuenta de que el terror no tiene que ver con el olvido puntual de un acontecimiento, sino con la abolición de la destreza de mirar hacia atrás y simultáneamente hacia adelante”.
Y es en ese punto donde nos es necesario trabajar. Esta es una novela sobre la memoria, sobre la necesidad de contar y recontar las veces que hagan falta lo sucedido en otro tiempo en el mismo lugar, para que como sociedad podamos construir algo que no se venga abajo por haber sido levantado sobre una herida jamás sanada. Como la misma Sanz señala: “primero la justicia, luego la cicatriz”.
Y hasta aquí nuestro relato memorioso, que espero les anime a la lectura de una novela a todas luces extraordinaria.
Y colorín colorado. Colorado siempre, colorado. No lo vayan a olvidar.
Notas
[1] La trilogía estaría formada por los anteriores títulos Black, black, black (2010) y Un buen detective no se casa jamás (2012).
[2] Los episodios de la novela se dividirán en episodios narrativos, encabezados con la nota “lea despacio”, donde los personajes son los muertos que hacen uso de su legítima palabra, en alternancia con otros episodios donde la protagonista será Paula Quiñones, que curiosamente también hará uso de la narración, pero esta vez a través de la palabra escrita. Todos los personajes de la novela están, por tanto, ausentes y a la vez presentes. Es el continuo juego con la memoria y la actualización de los hechos acaecidos en otro tiempo.
[3] La intertextualidad es un recurso constantemente utilizado en la novela, a nivel literario con Pedro Páramo (que vertebra la construcción de toda la obra), La muerta enamorada de Gautier, Graham Green, Margarite Duras, los relatos y cuentos tradicionales, las referencias bíblicas (especialmente en los nombres de los protagonistas), referencias al Fausto mefistofélico, etc. Especial mención merecen todas las relaciones que en la novela se construyen alrededor de Alicia en el país de las maravillas. A las referencias literarias habrá que sumar también las cinematográficas (La novia cadáver, El vampiro de Düsseldorf, Nosferatu, La naranja mecánica, y un largo etcétera. Pero de todas, el personaje de Sweeney Todd es el más interesante, porque las películas, comenzando por la primera de 1936, dirigida por George King, están basadas en la historia de un personaje legendario del Londres victoriano. No sabemos si existió realmente o no, no se ha verificado, pero la leyenda se ha transmitido. Y eso es lo que nos interesa para la identificación con el personaje/persona de Jesús Beato, el otro barbero de ojos rojos. Los límites entre lo real y lo narrado siempre están difusos.
[4] Para Sanz “leer es haber leído”. En Monstruas y centauras (2018), p.38.
[5] Luz Arranz. Amiga de Paula y madre de la nueva pareja sentimental de Arturo Zarco, a quien constantemente se hace referencia, porque también sigue estando presente en su ausencia.
[6] Incluso en la fosa existe un orden que encumbra al personaje de Catalina, la única mujer del grupo que jamás tembló ante la muerte. Es una heroína.
[7] Las alusiones a las aves y su simbolismo en la novela son constantes: habrá palomas y una tortolica especial, pues es el apelativo utilizado para un personaje fundamental. La tortolica salvará a los muertos de los buitres que acechan. También águilas y cigüeñas grises. En la segunda parte de la novela, las comparaciones se harán sobre otros animales, galgos y vacas estabuladas, sobre los que se ejercerá la violencia desmesurada.
[8] El capítulo centrado en la desaparición y el asesinato de Paula son de una brutalidad extrema. El personaje de Paula se transmutará en una vaca en espera de ir al matadero. Y a partir de esa metáfora se construye la descripción donde toda violencia es ejercida desde el uso de la palabra. Palabras-pesa, palabras-cepo. “La palabra es una proyección diferida de la maldad y otros instintos crueles” p. 287.
Anabel Torres Lozano
[España] Licenciada en Filología Hispánica y doctora en Teoría de la Literatura y de las Artes. Completó su formación académica en distintas universidades entre España y EE. UU. Entre sus trabajos destacan los estudios comparativos entre poesía y artes plásticas. Profesionalmente ha ejercido y ejerce la docencia en diferentes niveles educativos, desde Secundaria a enseñanza universitaria.