“La cultura existe gracias al diálogo entre vivos y muertos” | Entrevista a Jan Polkowski

Amelia Serraller. ¿Cuándo y cómo decidió ser escritor, además de periodista?

Jan Polkowski. No fue algo que decidiese de forma premeditada. Hasta que cumplí sesenta, escribir poemas me mantenía a flote, pero sin aspirar a ser escritor ni sentirme como tal. Simplemente participaba en la génesis de unos versos, como si fuese un médium o, seamos cautos, el eslabón de una cadena. Alguien me los dictaba. ¿El destino que la propia lengua materna encierra? ¿La oscuridad de las palabras, en pugna por apoderarse de mi vida? O, por el contrario, ¿el aliento de Dios que buscaba dar sentido a la soledad y a la inmensidad del mal? Otros poemas los escribí para no acabar siendo un espíritu mezquino. Su contenido emanaba de la solidaridad con el errático destino del polaco, un europeo que lleva la carga de un pasado que es bueno y malo a la vez; la difícil identidad de un cristiano cada vez más perdido y desorientado, un outsider que aboga por el respeto y la gratitud hacia sus muertos. Los poemas surgieron porque, como dijo Czesław Miłosz, “lo que no se pronuncia se precipita en el abismo de la inexistencia”. La idea de ser escritor, pues, solo la consideré seriamente después de los sesenta. Quizás sea un cúmulo de reflexiones sobre la vejez, la jubilación, el abandono del caos que es la vida cotidiana, la búsqueda de un lugar de retiro. Recientemente, empecé a sospechar que me convertí en escritor a la fuerza, pues no hago otra cosa que leer, meditar y escribir; incluso he escrito un librito por encargo. A pesar de la proximidad de la muerte, siento que sigo en el umbral. Además, la propia palabra “escritor” es un término sociológico, vinculado al marketing y bastante superficial.

 

A.S. ¿Cómo recuerda sus años universitarios?

J.P. Durante los tres primeros años de carrera, luché al ver mi vida desvanecerse en el magma incoloro de un totalitarismo suavizado. En 1977, después de que los comunistas asesinaran a un estudiante de Filología polaca en la Universidad Jagellónica, se formó el Comité de Solidaridad Estudiantil, un círculo opuesto al régimen marxista. Fue entonces cuando volví a nacer y encontré mi lugar en una realidad que dejó de ser una sombría y amenazadora farsa para convertirse en una aventura, un desafío arriesgado. Luchando por la libertad de expresión y todas sus demás formas, creí que Polonia podría recuperar su independencia, dejar atrás el yugo ruso, sin que yo tuviese que avergonzarme por haber aceptado el mal. Esta fe me hizo vivir de verdad, me sentí necesario y empecé a sentir el significado de la existencia intensamente.

 

A.S. ¿Qué escritores le han influido más? ¿Hay algún autor hispanohablante, al que usted lea con asiduidad?

J.P. He leído mucho, pero no sin alimentar mi imaginación y diccionario de una sola fuente. Me influenciaron Celan y Shakespeare, Miłosz y Eliot, Mandelshtam y Aiguí, Różewicz y Brodski, poetas muy diferentes entre sí. De obras específicas sólo mencionaré la Biblia. Hace cincuenta años Borges comenzó a publicarse en Polonia. Su lenguaje y su imaginario eran un universo aparte de todo lo que había leído antes. Me fascinó y aún hoy sigo volviendo y releyendo sus poemas. A Federico García Lorca lo conocemos en diversas traducciones, y todas ellas me regocijan. Vaya por delante que he leído mucha prosa iberoamericana, que es muy popular en Polonia. Como descubrimiento reciente destacaría la novela autobiográfica Ordesa, del español Manuel Vilas.

 

A.S. ¿Cuál es su relación con los poetas jóvenes polacos?

J.P. Ese espectro no tiene características comunes, excepto la métrica, que es un rasgo secundario. Cada uno de nosotros se encontrará con veinteañeros plúmbeos, adultos infantiles e ingenuos, niños que parecen adultos o vacíos cuerpos de ruidosas celebridades, cuya edad resulta indefinible. Es bastante trivial, pero divido a los escritores en aquellos que valen la pena leer y aquellos cuya lectura termino tras el primer párrafo. Últimamente leo más prosa y ensayos que poesía. Si soy sincero, ningún joven poeta polaco me ha llamado la atención lo suficiente como para recordar su nombre. Ayer leí a un buen poeta, Wojciech Bonowicz, pero es un escritor experimentado, nacido en 1967.

 

A.S. Escribió Cantus tras un largo silencio de dos décadas. ¿Dejó de escribir poesía, o más bien de publicarla?

J.P. En efecto, no escribí durante casi 20 años, pero créeme, seguí siendo un poeta. De hecho, me siento como tal, más que narrador. Yo habría sido poeta incluso si no hubiese vuelto a escribir, o mejor dicho a anotar. A través de todas las personas, fluye, tratando de abrirse paso, la corriente de la belleza. El problema se reduce a cómo reaccionamos ante ella, cómo dialogamos con ella, cómo nos esculpe. Si nos alimenta y revive, o si más bien se reseca en nuestras venas.

 

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A.S. En el poemario original usted añadió sus propias traducciones de Fiodor Tiutchev y de Giennadi Aiguí. ¿Qué tipo de diálogo quería mantener con ellos?

J.P. La cultura está viva. Más aún, la cultura existe gracias al diálogo entre vivos y muertos. Es gracias a las preguntas, críticas y dudas que nos suscitan los muertos, que estos preservan la inmortalidad y nos la prestan generosamente. Aiguí es un misterioso y oscuro poeta que siempre me ha atraído. Tiutchev es un escritor de menor calibre, pero casualmente me encontré con un poema que expresaba un pensamiento que me obsesiona. Así que recurrí a sus palabras.

 

A.S. La recientemente fallecida Maria Janion dijo que, debido a los condicionamientos políticos e históricos, Polonia vivió en el Romanticismo hasta el año 1989. ¿Está de acuerdo con esta observación?

J.P. Más bien no. Los polacos pisoteados por la Alemania nacionalsocialista y la Rusia comunista, desprovistos de unas élites ya asesinadas o abocadas al exilio, no hicieron más que intentar sobrevivir durante décadas. Así, desapareció el anhelo por la independencia, la tradición de la insurrección, que es un componente importante de la identidad romántica. El lento y resistente éxodo del comunismo tras su caída en 1989 fue, entre otras cosas, el resultado de la crisis del pensamiento romántico, así como la del comunista. Es decir, la crisis de una educación nada imaginativa para la mezquindad. Las autoridades soviéticas de la antigua República Popular de Polonia no solo eran extremadamente antirrománticas, sino que, por desgracia, lograron inocular su escepticismo a la oposición. Se impuso la moda de una mirada hacia la historia burlona.

 

A.S. Trabajó usted en la prensa durante muchos años, incluso en la clandestinidad durante la época comunista. ¿Cómo ve la sociedad polaca hoy en día? ¿Se parece a la Polonia por la que luchó como miembro de Solidaridad?

J.P. Polonia está sujeta a los mismos procesos de modernización que todo el mundo occidental, solo que a un ritmo acelerado. El culto al consumismo extremo, la desaparición de las ideas, la expansión de las ideologías revolucionarias, la censura voluntaria (en el debate público, los medios de comunicación, la ciencia y la educación), la marginación de la religión o la depreciación de los logros de las generaciones anteriores también están a la alza en Polonia. El Ministro de Cultura de Suecia dijo que no puede defender la cultura sueca, porque no existía tal cosa. Y ha seguido siendo Ministro. Así es la Europa contemporánea. Como no cree en sí misma, en sus logros ni en su misión, no está dispuesta a dedicar su vida a ningún ideal. Las europeas no quieren tener hijos y se podría decir que votan por el fin de Europa con sus vidas y cuerpos. Es muy deprimente precipitar nuestra patria común a una muerte como actor marginal, para convertirse en un subcontinente de África… Porque alguien tendrá que ocupar nuestro lugar cuando ya no estemos. Polonia, y especialmente sus élites, tratan de seguir el ritmo que marca Occidente en esta marcha hacia la nada. Es algo que lamento.

 

A.S. La revista OJOXOJO eligió los siguientes poemas: "El río", "Deseo", "Toscana...", "Cantus" y "Sobre nosotros planeaban..." ¿Qué puede decirle al lector español sobre cada uno de ellos? 

J.P. "El río" es un registro de un recuerdo concreto, extremadamente nítido. Es la descripción de un rescate que acaba siendo también un segundo nacimiento, ligeramente más consciente que el primero. Quizás el sueño de cualquiera es poder contar su origen y nacimiento. "Deseo" es un poema sobre esa experiencia fugaz de conexión con el mundo, de unión entre el tiempo humano y el divino, que es también comunión inefable con otro ser humano. Es decir, es un poema dedicado al amor. "Toscana..." es la imagen de un viaje a través de Italia, tierra de una belleza portentosa. Con "Cantus" intento contar la historia de mi madre, es una especie de homenaje y una declaración de la soledad indeleble que supone su ausencia física.

 

A.S. Háblenos del rol de la mujer en Cantus. Tanto su madre como su mujer tienen una presencia particularmente fuerte en él. 

J.P. La mujer, la madre, la maternidad... pueden equiparse a la eternidad, como fuerza que gana al tiempo y a la muerte. La madre es más que un refugio o una evasión: ella nos da un espacio, nos brinda el amor y la seguridad de un paraíso. Por eso la mujer lo es todo.

 

* Traducción del polaco de Amelia Serraller

 


Jan Polkowski

Jan Polkoswki

[Bierutów, Polonia, 1953] Poeta, narrador y publicista. Es licenciado en Filología Polaca por la Universidad Jaguelónica. Miembro del ComitéEstudiantil de Solidaridad, la primera organización universitaria opositora del bloquesoviético, dirigió la revista clandestina Señal (Sygnał). En 1981 fundó la editorial independiente ABC. El 13 de diciembre de ese mismo año fue encarcelado. Posteriormente, fue redactor jefe de la revista conservadora Arka (1983-1989). En la Polonia libre ejerció brevemente de portavoz del gobierno de Jan Olszewski, así como presidente de la televisión pública polaca. Entre sus obras destacan los poemarios Respira profundamente (1981), Fuego (1983), Elegías de la Sierra de Tymowa (1990), el recién publicado en castellano Cantus (2009), Voces (2012), Desfile de espíritus (2018) Wiersze konieczne (Poemas necesarios), de 2021. En prosa, la novela Rastros de sangre. Las aventuras de Henryk Harsynowicz (2013), su ciclo de relatos El Portero (2019) y Pandemia i inne plagi (Pandemia y otras plagas), de 2020.

Amelia Serraller

[Madrid, España] Es docente y traductora técnica y literaria del polaco, el inglés y el ruso. Profesora asociada de la Universidad Alfonso X el Sabio y colaboradora del Área de Filología Eslava en la Universidad Complutense, trabajó previamente como profesora en el Departamento de Iberística de la Universidad de Breslavia. En 2015 defendió su tesis doctoral "¿Literatura o periodismo? La recepción de la obra de Ryszard Kapuściński", premiada con el 1er Premio Embajador de Polonia en Humanidades. Es autora del ensayo Cenizas y fuego: crónicas de Ryszard Kapuściński (Ediciones Amargord) y de la edición crítica de Fugaces de Sofía Casanova (Ed. Torremozas). Medalla Gloria Artis 2018 por su labor como difusora de la literatura polaca, entre sus autores traducidos figuran los rusos Isaak Bábel, Vladímir Sorokin, Aleksandr Pushkin y Nikolái Chernyshevski, así como los polacos Józef Wittlin, Marcin Kurek, Anna Augustyniak o Jan Polkowski.

Amelia Serraller